18 de mayo de 2008

Las amistades peligrosas Novela de Pierre Choderlos de Laclos

Desprecia la amistad, y en su loco delirio,

contando por nada las desgracias y la vergüenza,

no busca vmd. sino placeres y víctimas.

La presidenta de Tourvel a Valmont.


A estas alturas, es muy probable que el barroco nombre de Pierre Ambroise Choderlos de Laclos sea mucho menos significativo para la gran mayoría que el de su obra maestra, Les liaisons dangereuses, con la que el escritor y militar francés soñara algún día conquistar la inmortalidad, mientras se fatigaba en medio de las obligaciones castrenses o proyectaba alguna fortificación en alguno de los numerosos campos de batalla donde debió trabajar a lo largo de su vida.

En honor a la verdad, podemos decir que no anduvo tan lejos de su propósito, puesto que su aristocrática intriga resultó ser no solo una de las mejores obras del galante siglo XVIII sino también una de las mejores y más justificadamente famosas novelas epistolares del mundo entero.

Su merecida difusión en nuestros días se debe, en un grado no despreciable, a la contribución de una serie de realizadores tales como el polémico Roger Vadim, quien hiciera la primera versión fílmica en 1960; Milos Forman, con su Valmont (1989) pero, sobre todo, al extraordinario trabajo del director británico Stephen Frears quien, con su excelente adaptación de 1988, logró que el nombre de la marquesa de Merteuil resonara en el mundo entero, reviviendo el fulminante interés que la novela despertara en la época de su publicación [1].

Protagonizada por un carismático y perturbador John Malkovich y una rotunda Glenn Close en los papeles de Valmont y la marquesa de Merteuil, respectivamente, la cinta de Frears supo cuestionar con fuerza la tradicional afirmación de que una película jamás es tan buena como el libro que la inspiró. Si bien es cierto, Dangerous liaisons se vale de medios por completo distintos a los utilizados por Choderlos de Laclos para lograr sus propósitos, es más que justo afirmar que Frears supo captar a la perfección el espíritu de los personajes y la época, valiéndose de todos los medios audiovisuales a su disposición.

A las excelentes interpretaciones de Malkovich y Close —quienes parecen, efectivamente, robarse la película, en algunas ocasiones—, se añaden las de una bella y huidiza Michelle Pfeiffer, como Madame de Tourvel, y una jovencísima e inexperta Uma Thurman, muchos años antes de que Quentin Tarantino siquiera imaginara convertirla en la musa de sus mediocres pastiches, en el rol de Cecilia de Volanges, mientras que Lord Danceny es encarnado por un desconocido Keanu Reeves, aún incapaz de teletransportarse por medio de un aparato telefónico o hacer lobby en nombre del mismo diablo.

A todas estas adaptaciones cinematográficas puede agregarse la del dramaturgo alemán Heiner Müller, quien hizo lo propio escribiendo su propia versión para las tablas, denominada Cuarteto, estrenada en nuestro país hace algunos con los extraordinarios Alfredo Castro y Delfina Guzmán en los roles protagónicos.

Como lo señaláramos anteriormente, Pierre Ambroise Choderlos de Laclos no solo fue un hombre de pluma sino también uno de armas, disyuntiva tradicional hasta por lo menos bien entrado el siglo XIX.

Nacido en Amiens el 18 de octubre de 1741, en 1760 ingresa en la sección de artillería de la Fére para satisfacer su notoria inclinación por las matemáticas. A sus conocimientos en balística debemos, sin ir más lejos, la invención del obús.

Contrariando el carácter de sus personajes más famosos y su cuestionable legado bélico, sin embargo, Choderlos de Laclos parece haber sido un hombre más bien honesto y progresista que, entre otras cosas, reconoció tempranamente los derechos durante tanto tiempo negados a la mujer. Cuando tenía más de cuarenta años, conoció a Marie-Soulange, que pronto se convertiría en su esposa. Con ella tuvo tres hijos y vivió felizmente hasta el 5 de septiembre de 1803, luego de verse involucrado en una serie de enredos de corte político, habiendo alcanzado el puesto de general de artillería y el honor de conocer y seguir al propio Napoleón Bonaparte, a quien secundó, antes de que se erigiera Emperador. La disentería, sin duda, se lo impidió.

A diferencia de lo que pudiéramos creer en la actualidad, no obstante, Las amistades peligrosas fue solo una de las tantas obras creadas por el genio de Choderlos de Laclos, a quien se consideraba un escritor tan escandaloso y provocativo como Restif de la Bretonne o el propio Marqués de Sade [2]. Choderlos, por su parte, se tenía a sí mismo como un ferviente admirador del ilustrado Jean-Jacques Rousseau. En especial, de su novela La nueva Heloísa, con la que su mentor se había propuesto ilustrar a la juventud de su época.

Fuera de Les liaisons dangereuses, sin embargo, es muy poco lo que se conserva de la producción de Choderlos y, en opinión de los conocedores, de mucho menor calidad, como Ernestine, libreto de una malísima ópera de carácter cómico, representada ante la propia María Antonieta en 1777, y el libelo De l'éducation des femmes (La educación de las mujeres) (1783), ninguno de las cuales tuvo la menor repercusión para nuestro tiempo.

De un modo análogo a lo que hoy ocurre con los libros de Stephen King o Isabel Allende, aunque a una escala muchísimo más reducida, la novela de Choderlos de Laclos alcanzó un deslumbrante éxito entre sus contemporáneos luego de que el editor Durand Neveu pusiera a la venta las cuatro partes de la novela el 23 de marzo de 1782.

Comenzada en la isla de Aix en 1778 y finalmente terminada y publicada en la capital francesa, en 1782, Las amistades peligrosas —a mi juicio, más correctamente traducida como Relaciones peligrosas— es una novela más bien intrincada en términos de argumento y acciones, y extremadamente compleja y prolija en cuanto a la representación de la intimidad y la psicología humanas, de enorme refinamiento y sofisticación.

Los registros de cada personaje, sus voces particulares, están claramente diferenciadas en su escritura, transparentando sus ideas, sentimientos, deseos, engaños, reflexiones y brindando una inmejorable ojeada a la sociedad de la época prerrevolucionaria. Con toda justicia, podría considerarse una verdadera obra polifónica, al modo de la propia música barroca, o dialógica, de acuerdo con la terminología bajtiniana; si bien es cierto, se trataría de una especie de «dialogismo diferido».

La acción de la novela se desencadena cuando la marquesa de Merteuil desafía al altanero Valmont a conquistar a la presidenta de Tourvel, la mujer más virtuosa de la época. Es decir, está planteada como una suerte de desafío o duelo entre dos grandes seductores. Como recompensa, lo premiará entregándose nuevamente a él, como en el pasado. Los episodios constitutivos de la novela no son más que el registro de los avances y retrocesos entre cada uno de ellos, además de sus reflexiones y comentarios, condimentados por las reflexiones y comentarios de los personajes secundarios.

Como en toda novela epistolar, las acciones se nos revelan desfasada, indirectamente, por medio de las cartas que envía cada uno de los protagonistas, es decir, desplazadas en el tiempo y filtradas por diversas sensibilidades e ideologías representadas por una galería de heterogéneos interlocutores, de algún modo construidos en base a un cierto estereotipo: el seductor o seductora, la santurrona, la madre preocupada, la virgen huidiza, el noble caballero. André Malraux [3], sin ir más lejos, llegó a afirmar en su prólogo que los personales de Choderlos de Laclos eran precursores de los personajes creados por autores tales como Dostoyevski, absolutamente concientes de sí mismos y guiados por sus principios, por sus visiones de mundo, lo cual es particularmente evidente en el caso de los grandes manipuladores de la acción: la intrigante marquesa de Merteuil y el libertino vizconde Valmont. Por primera vez en la historia de la literatura, tal vez, los personajes se comportan de acuerdo con lo que piensan, con sus principios, como verdaderos ideólogos.

De la marquesa de Merteuil puede decirse que es una rica viuda ilustrada, de enorme inteligencia y sólida formación autodidacta con una alta apreciación de sí misma que se empeña en poner a prueba la resistencia de todos aquellos con quienes se cruza, ya sean estos doncellas, galanes o señoras de quienes se pretende amiga y confidente, aprovechándose de la confianza que han depositado en ella. Una de sus principales armas es la simulación y la mentira, en todas sus formas. En cuanto a Valmont, puede describírselo como un misógino seductor profesional, libertino consumado, ex amante de la marquesa que va por el mundo conquistando y engañando con un prurito casi deportivo. Para ambos, los seres humanos son como juguetes con los que pasar el tiempo, meras marionetas u objetos sin otro valor que el de satisfacer su curiosidad y sus pasiones. Podría argumentarse que ambos simbolizan la ambición, la vanidad y el deseo sexual, como también la personificación de la denostada «razón instrumental». Poniéndolo en términos maniqueos, podría decirse que Merteuil y Valmont representan una peculiar manifestación del mal.

A ellos se une la recatada y pía presidenta de Tourvel, cuya virtud y amor pretende conquistar Valmont; la ingenua y núbil Cecilia de Volanges, enamorada del igualmente ingenuo y menos dotado económicamente Lord Danceny, y una serie de personajes menores, pero no por eso menos memorables, como la madre de Cecilia o la señora Rosemonde cuya función estriba, básicamente, en brindar un fondo sobre el cual puedan desplegarse las acciones o pensamientos de los personajes principales.

Si bien es cierto la intención satírica no es del todo evidente, como en el caso de otras obras tales como Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, o Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, Las amistades peligrosas puede sin lugar a dudas ser considerada como una despiadada sátira de las costumbres de la decadente y depravada aristocracia de la época contra la que arremeterían, solo algunos años más tarde, los jacobinos franceses, entre los que el propio Choderlos se contaba.

Pese a la enorme cantidad de años y el estilo en que fue escrita, la novela de Choderlos de Laclos no ha perdido en absoluto su vigencia ni la capacidad para seducir nuestra imaginación y halagar nuestra inteligencia, como lo demuestra la gran cantidad de veces en que se la ha resucitado o parafraseado por distintos medios, con resultados por completo disímiles [4].

Pocas veces, sin duda, se tiene la suerte de contar con una obra tan bien estructurada y atenta a cada uno de los detalles, las inflexiones de la voluntad y sensibilidad humana, los diversos tonos de la emoción. Pocas veces un libro logra despertar tantos placeres, descubrimientos y elogios de un modo tan unánime, despertando el fervor de escritores tan disímiles como el mismo Malraux, Jorge Luis Borges o Pierre Jacomet. Ciertamente, Las amistades peligrosas es una novela exquisita, deliciosa, perversamente cautivadora que deleitará a todos los atentos observadores de la heterogénea condición humana capaces de apreciar el refinamiento incluso en el mal o, mejor dicho, especialmente en el mal.


Guillermo Riveros Álvarez



[1] Dangerous Liaisons, de hecho, obtuvo numerosos premios y nominaciones, a nivel internacional. Entre ellos, el Óscar a la mejor dirección de arte, diseño de vestuario y guión adaptado, y las nominaciones de Glenn Close y Michelle Pfeiffer a la categorías de mejor actriz en un rol principal y secundario, respectivamente; el César a la mejor cinta extranjera en Francia y el premio de la Academia Británica como mejor actriz para Glenn Close y guión adaptado para Christopher Hampton, aparte de un premio Bodil como mejor película «no europea» en Dinamarca.

[2] Aristocrático escritor francés de alto contenido filosófico y pornográfico. Autor, entre otras tantas obras, de Las ciento veinte jornadas de Sodoma o La escuela del libertinaje (1785), Justine o los infortunios de la virtud (1788), y La filosofía en el tocador (1795).

[3] Novelista francés, autor de La condición humana (1933) y La espera (1938), aparte de aventurero y Ministro de Cultura bajo el gobierno de Charles De Gaulle.

[4] Siendo el peor de ellos, a mi entender, la cinta Cruel intentions (1999), dirigida por Roger Kumble y protagonizada por Ryan Phillipe y Sarah Michelle Gellar, un verdadero bodrio por donde quiera que se lo mire, únicamente rescatable por algunos temas de su banda sonora. Uno de los casos más patentes, la canción «This love», de Craig Armstrong y Jerry Burns, e interpretado por Elisabeth Fraser, con que concluye.