El choque del golpe militar preparó el terreno de la terapia de shock económica. El shock de las cámaras de tortura y el terror que causaban en el pueblo impedían cualquier oposición frente a la introducción de medidas económicas. De este laboratorio vivo emergió el primer Estado de la Escuela de Chicago, y la primera victoria de su contrarrevolución global.
Más de una encendida y justificada polémica provocó la mundialmente famosa periodista canadiense y ácida crítica del neoliberalismo Naomi Klein en su último viaje a Latinoamérica a fines de abril del año en curso con el fin de promocionar su nuevo ensayo La doctrina del shock (2007) en el marco de la trigésimo cuarta edición de la Feria del libro de Buenos Aires, una de las más importantes vitrinas culturales del mundo.
Nuestro país, por cierto, no fue la excepción, considerando que una buena parte de su investigación tiene como objetivo denunciar las políticas económicas impuestas en el mundo entero emulando lo hecho por la junta militar de Augusto Pinochet y los economistas de la escuela de Chicago en el Chile de los setenta, por primera vez en la historia, razón por la cual se nos ha considerado reiteradamente como uno de los primeros laboratorios del neoliberalismo o, mejor dicho, como el primer laboratorio del neoliberalismo, por sobre la Gran Bretaña de la señora Thatcher o los Estados Unidos de Ronald Reagan, quienes supuestamente habrían echado a andar la contrarrevolución conservadora de los ochenta.
Thatcher y Reagan sin duda llevaron a cabo una serie de salvajes políticas destinadas a desmantelar el Estado de Bienestar de sus respectivos países, pero tomando atenta nota del sanguinario experimento chileno, aunque en su caso la sangre vertida no fue la británica ni la estadounidense. O no tan directamente, como en el caso de nuestro país… Para eso estaban las Malvinas y Centroamérica.
Pero la relación de La doctrina del shock con nuestro país no se acaba con este dudoso privilegio, de enormes y terribles consecuencias para el resto del mundo. De hecho, Naomi Klein afirma haber sido inspirada en gran parte por el ex embajador de Chile en Washington, Orlando Letelier, asesinado por medio de una bomba en Washington el año 1976, quien supo vincular desde un comienzo la violencia desencadenada y la nueva reingeniería económica y social que pretendía imponerse contrariando la voluntad popular:
Letelier rechazó la noción a menudo repetida de que la Junta tenía dos proyectos distintos y claramente separados: uno, un atrevido experimento de transformación económica y el otro un malvado sistema de crueles torturas y terror. El ex embajador insistió en que solo había un proyecto, en el que el terror era la herramienta fundamental de la transformación hacia el libre mercado.[1]
Basta echarle un somero vistazo a la cobertura que la ensayista obtuvo por parte de algunos de nuestros principales medios escritos para percatarnos de lo molestas que fueron sus hipótesis e intervenciones para los acérrimos defensores del statu quo.
El ingeniero Axel Christensen, reconocido experto en materias financieras, no tuvo el menor empacho en señalar que Naomi Klein “como economista, es una excelente periodista” y que “quizás [es] algo ingenua en su imagen sobre la historia de Chile de los últimos 40 años” luego de entrevistarla para la revista Qué Pasa, mientras que Harald Beyer, economista y coordinador académico del Centro de Estudios Públicos —uno de los más respetados think thanks de la derecha— sostuvo que su libro “podría haber sido un aporte al debate, pero que se diluye por sus inexactitudes y su falta de rigor intelectual”, opiniones que a estas alturas no debieran sorprendernos en absoluto, dada la magnitud del apego que algunos han llegado a profesarle al modelo neoliberal.
Pero lo de «modelo neoliberal» o «neoliberalismo» no es ciertamente más que un eufemismo para hablar de un viejo conocido de todos nosotros: el capitalismo, pero en una versión aún más salvaje y nociva, extraordinariamente dañina para la mayor parte de la población mundial, pero enormemente beneficiosa para las grandes corporaciones y una mínima parte de la población que contempla con enorme satisfacción el astronómico incremento de sus utilidades, aún en tiempos difíciles. O especialmente en tiempos difíciles, como en el caso de la infortunada Sri Lanka luego del devastador tsunami de 2004. Tal es uno de los sentidos del concepto de «capitalismo del desastre» acuñado por Naomi Klein.
Pese a que la actual crisis económica ha exhumado un concepto hasta hace poco tiempo por completo desaparecido del discurso público, la palabra capitalismo continúa teniendo mala prensa. Por eso es que durante los últimos años ha preferido hablarse de neoliberalismo, un encubridor eufemismo autocomplaciente, pero jamás en conexión con el concepto de shock con el que lo vincula la escritora canadiense. Al menos, jamás en un superventas mundial, como lo es la nueva entrega de Naomi Klein.
¿Cómo iba a relacionarse el neoliberalismo con algo tan horroroso como el shock, una forma extrema de terapia practicada sobre pacientes con problemas mentales con el fin de «restablecer» su equilibrio psíquico? ¡Jamás! El neoliberalismo es nuestra receta para alcanzar la felicidad en la tierra, nuestra esperada panacea, luego de la caída del muro de Berlín y la decepción provocada por la caída de los llamados socialismos reales. Pero la realidad está bastante alejada de eso, aunque es bastante claro que la realidad no es algo que le incumba a los promotores de la ganancia a cualquier costo, sino la etérea perfección de los sistemas cerrados. El hombre concreto carece de completo interés para el neoliberalismo. Sobre todo si dicho hombre no pertenece al selecto club de los más ricos.
Como lo han señalado repetidamente los intelectuales progresistas, el neoliberalismo ha elevado sus preceptos a fundamentalismo, dogmática religión que ha pretendido extender su evangelio a todos los rincones del globo por medio de numerosas instituciones como la ya mencionada Facultad de Economía de la Universidad de Chicago o la siempre bien dispuesta Fundación Ford que, entre otros, financió a numerosos economistas chilenos para que fueran a imponerse de la buena nueva.
Los mandamientos de la nueva religión son particularmente sencillos, aunque revestidos de todo el tecnicismo pseudocientífico de las abstracciones matemáticas: privatización, desregulación del mercado, generosos recortes del gasto público. Tal vez sea por eso que sus acólitos no han parado de reproducirse desde que la patronal decidiera que había que hacer algo con el rumbo que estaba tomando el mundo después del gran cataclismo financiero de 1929, bajo el impulso de hombres como John Maynard Keynes, uno de los máximos arquitectos del orden mundial surgido tras la segunda posguerra.
De acuerdo a férreos defensores del capital como Friedrich Hayek, Arnold Harberger o Milton Friedman, el mercado es perfecto siempre que se lo libere de cualquier «intervención». Es decir, de la participación del Estado. Siempre y cuando, se trate de redistribuir la riqueza entre los ciudadanos, se entiende, porque a la hora de rescatar a los inversionistas en problemas, muchos neoliberales no tienen el menor empacho en prosternarse ante el Estado para solicitar su ayuda. Así ocurrió tras la Gran Depresión de 1929, en Chile a comienzos de los ochenta y hace solo algunas semanas, en directo para todos nosotros, gracias al descarado salvavidas de Bush, finalmente aprobado por el Congreso norteamericano.
De minoritaria y excéntrica escuela económica durante los dos primeros tercios del siglo XX, el neoliberalismo ha devenido pensamiento único, doctrina de la cual nadie puede desviarse a riesgo de quedar marginado de la historia o el desarrollo. Instituciones tales como la Organización Mundial del Comercio, el FMI o el Banco Mundial se encargan de asegurarse que la lección ha sido bien asimilada, bajo la amenaza del estancamiento o la ruina económica. Lo ha sostenido, entre otros, el mismísimo Joseph Stiglitz —ex vicepresidente y economista en jefe del Banco Mundial, además de Premio Nobel en 2001—, en El malestar en la globalización. Dichas instituciones son los guardianes de la nueva fe que un prepotente imperio disfrazado de democracia quiere imponernos a toda costa, por medio de la persuasión o la fuerza en lo que el economista John Williamson no dudó en denominar el «Consenso de Washington». Quienes no acepten las nuevas reglas por las buenas deben hacerlo por las malas.
Ejemplo patente de esto lo constituyen, por supuesto, Irak, tal vez una de las economías más «abiertas» [2] del mundo tras la invasión estadounidense y la Nueva Orleans post Katrina. En ambos lugares se ha implantado el neoliberalismo a base de distintas formas de shock, quedando todo al arbitrio de los privados y, por tanto, del afán de lucro y la especulación desenfrenada. En el primer caso, a partir del shock creado por una invasión basada en la más burda mentira y, en el segundo, aprovechando el desastre ocasionado por la propia naturaleza, generosamente auxiliado por sospechosas manos. Dos tipos de shock íntimamente ligados al complejo del capitalismo del desastre, consolidado de modo definitivo tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 gracias a la corrupta administración Bush, decidida a reducir al Estado a su mínima expresión con el fin de entregarle todo el poder a los contratistas privados en ámbitos tradicionalmente considerados como propios del Estado, como el de la educación, las cárceles y la guerra.
A todo esto y mucho más se refiere la comprometida intelectual Naomi Klein en su documentada investigación, un exhaustivo análisis que bien podría tomarse como una suerte de libro negro o “historia secreta de lo que conocemos como ‘libre mercado’”, como lo ha denominado la escritora y activista de origen indio Arundhati Roy. Una historia llena de muerte, mentira y latrocinio, con sus respectivos héroes y disidentes, partidarios y mártires. Una historia que nos habla del continuo aprovechamiento de las experiencias traumáticas para imponer políticas impopulares que de otro modo jamás serían aceptadas sin resistencia, como en el Chile de los setenta, altamente movilizado, o la misma Europa, conciente y orgullosa de las numerosas conquistas sociales adquiridas a lo largo de su historia. A la creación de nuestras realidades individuales y colectivas por medio de la destrucción sistemática del tejido social: Argentina, a fines de los setenta; Indonesia, gracias al generoso garrote del general Suharto [3]; la misma Rusia, tras la disolución de la Unión Soviética, por mencionar solo algunos casos. Y desde que se realizó en Chile, siempre el mismo patrón: violencia sobre la comunidad, estado de shock, imposición de las nuevas políticas neoliberales y las consabidas consecuencias: un lamentable retroceso en la calidad de vida de la mayoría versus los descomunales beneficios de una minoría.
La hipótesis de la conexión entre neoliberalismo y shock, más que escandalosa o inusual, se nos antoja de sentido común luego de ser expuesta en sus más escabrosos detalles por la privilegiada pluma de Naomi Klein en su largo y documentado ensayo. Pero con bastante agudeza se ha dicho por ahí que el sentido común es el menos común de los sentidos, pese a lo que figuras como Bertrand Russell o Noam Chomsky prefieran creer, amparados en una visión altamente esperanzadora de la humanidad, razón por la cual una ayuda adicional jamás está de más a la hora de quitar las innumerables vendas de nuestros ojos.
Desde los siniestros experimentos psiquiátricos financiados por la CIA del doctor Ewen Cameron en la Universidad McGill con el fin de reprogramar a los pacientes, en los cincuenta, hasta los innumerables horrores de Irak, ahora mismo, la historia y naturaleza del ominoso capitalismo del desastre es expuesta y analizada con penetrante agudeza por una conspicua defensora de los derechos humanos a nivel internacional. Con su primer libro No logo (2000), Naomi Klein supo escandalizar al mundo denunciando a las omnipresentes trasnacionales. Ahora vuelve a levantar la voz para desnudar una filosofía elevada a verdad revelada por Milton Friedman y sus secuaces en el mundo entero.
En momentos en que el rapaz capitalismo financiero pareciera resquebrajarse como lo hizo el experimento socialista con la caída del muro de Berlín y es cuestionado desde todos los flancos debido a sus múltiples horrores y falencias, La doctrina del shock se ha transformado en una lectura fascinante, de particular urgencia, imposible de soslayar.
Guillermo Riveros Álvarez
Más información acerca de Naomi Klein y su nuevo libro en www.naomiklein.org