A mi querido camarada Paulo Olivares, nuevamente.
A pesar de la evidente homonimia que vincula a dos entidades por completo diversas, espero que nadie se haya confundido con el rótulo de esta reseña creyendo que mi intención consistía en recomendarle los servicios o instalaciones de la policía internacional ni nada por el estilo. La Interpol a que me refiero en esta ocasión es, por el contrario, una de las mejores bandas de rock del momento, capaz de contradecir con creces la conocida opinión de que solo se hace buen rock en el Reino Unido. O, al menos, la excepción que confirma la regla… Una de las excepciones.
Como lo señalaba hace un tiempo a propósito de Damien Rice, tres álbumes me parece un corpus más que considerable como para evaluar si un artista constituye un proyecto sustentable en el tiempo y no una mera ilusión auditiva de temporada, como es el caso de tantos que desaparecen sin dejar el menor rastro, como si se los hubiera tragado la misma tierra que las regurgitó originalmente. Pues bien, ahora que Interpol acaba de lanzar su tercer disco, Our love to admire, tal vez haya llegado la hora de hacer ciertos balances.
De no haber sido por la oportuna mediación de Paulo Olivares, uno de mis habituales proveedores culturales y mejores amigos, probablemente me hubiera costado muchísimo tener conocimiento de una banda como Interpol. Por lo que entiendo, la nueva revelación del post-rock no es un conjunto particularmente difundido por nuestras radios, sino una agrupación relativamente “independiente”. Todavía.
La historia de Interpol comienza, al igual que la de The Strokes, en 1998, con un grupo de cuatro jóvenes músicos de Nueva York. Para ser más específicos, de la propia Universidad de Nueva York, donde Daniel Kessler, uno de sus fundadores, tuvo la idea de armar una banda, contactando al también D. J. Carlos Dengler o, sencillamente Carlos D., para hacerse cargo del bajo y los teclados, y a Greg Drudy, para sentarse en la batería. Paul Banks, el carismático vocalista, a quien Kessler había conocido en París años atrás, sería reclutado un poco más tarde como último miembro. La formación se estabilizaría en 2000, luego de que Greg Drudy fuera reemplazado por Sam Fogarino, encargándose Eric Absteleben de los teclados a la hora de las presentaciones y giras.
Las influencias más ostensibles de Interpol proceden de las leyendas tales como Joy Division (con la que se la compara un tanto majaderamente), Bauhaus o The Smiths (el tema «Say Hello to the Angels», por ejemplo), aunque también se los suele relacionar con otros grupos como The Chameleons, The Pixies, Echo & the Bunnymen o Franz Ferdinand, con los que sin duda guardan más de alguna semejanza. Todos ellos tienen un agudo sentido del ritmo, guitarras omnipresentes y obsesivas, y vocalistas sobresalientes. Todos ellos son capaces de obtener efectos sorprendentes, atmósferas cargadas de energía con una encomiable economía de recursos, como si se tratase de diligentes cuentistas. En Interpol no hay virtuosismo de ninguna clase, pero sí una enorme expresividad, a la que contribuye cada una de las partes, cada uno de los integrantes.
Luego de la publicación de una serie de demos y EPs entre 1998 y 2001, entre los que cabe destacar Fukd I. D. # 3 o The black EP, lo que les significó una importante reputación a nivel “local” —si eso tiene algún sentido para una ciudad como Nueva York—, Interpol lanza en 2002 el extraordinario álbum Turn on the bright lights, para el sello Matador, aclamado en forma inmediata por la crítica de música independiente, convirtiéndose así en uno de los mayores referentes de la música de la costa este. Entre otros honores, la placa alcanzó uno de los primeros lugares en el ranking de los mejores discos del año 2002 de la prestigiosa revista británica New Musical Express (NME), como también el quinto lugar en el ranking Bilboard dedicado a los mejores álbumes independientes.
Personalmente, no creo exagerar si afirmo que Turn on the bright lights es uno de los mejores discos de rock que haya tenido la oportunidad de escuchar. En efecto, TOTBL constituye una producción poderosa, estimulante y particularmente regular en términos de composición, capaz de sacudir los huesos de cualquier alma afín al buen rock desde los primeros acordes de la conmovedora «Untitled», usados con particular acierto en uno de los capítulos de Friends. Una placa rotunda que pareciera saber perfectamente hacia donde se dirige desde el mismo comienzo, sin excederse en desarrollos inútiles ni vanos experimentalismos. Entre otras cualidades, TOTBL reúne una proporcionada mezcla de crudeza y sofisticación, un sonido de cualidad nocturna y distante melancolía. Puedo escucharlo una y otra vez y siempre vuelve a estimularme, a hacerme vibrar, lo que se contagia con gran facilidad, no implicando ningún tipo de concesiones por parte de los músicos, como tampoco hermetismo. Sencillamente, buen rock.
Como decía, la calidad de los temas es bastante pareja, aunque sobresalen algunas cimas extraordinarias, como «PDA», «NYC» u «Obstacle 1». Cada una de las composiciones es una verdadera muestra de rotundidad creativa, sencillez y fuerza, condiciones a mi gusto imprescindibles en este género musical, aunque Antics (2004), la segunda producción, supo a mi juicio ponerse orgullosamente a la altura, reactualizando parte de los mejores rasgos que habían hecho soberbio al primer LP, con canciones inolvidables como «Narc», «Not even jail» o «A time to be so small», por mencionar solo algunas. Como TOTBL, Antics también alcanzó un inmediato reconocimiento de la crítica especializada como uno de los mejores discos de 2004, llevando a la banda a telonear a verdaderos colosos, como U2 o The Cure, aparte de superar de modo considerable las ventas de su debut.
Por lo general, se clasifica a Interpol como rock, rock alternativo o post-rock, perteneciendo al revival post-punk de los primeros años del nuevo siglo, aunque dudo mucho que las etiquetas musicales de la industria puedan alcanzar algún día una verdadera rigurosidad, o que el mismo rock haya alcanzado una forma final a partir de la cual se pudiera pensar en una suerte de superación definitiva. Me parece que la música, la creación en general, se beneficia mucho más de la impureza, la utilización de materiales heterogéneos y la continua búsqueda y experimentación que de la severa adscripción a parámetros del todo imprecisos, siendo el caso de los Beatles, Beck, Radiohead o la misma Björk ejemplos particularmente ilustrativos de ello, lo que no implica que Interpol se corresponda exactamente con esta opinión. Por el contrario, si hay algo que caracteriza a Interpol hasta el momento es, creo, su homogeneidad, su reconocible sonido: las afiladas guitarras, la inconfundible voz de Banks, los contagiosos ritmos y las memorables melodías. No me fue difícil comprobarlo personalmente hace algunas semanas mientras me encontraba en una de las grandes tiendas de Manhattan. Como de costumbre, me encontraba recorriendo las diversas góndolas en busca de alguna buena oferta musical cuando, repentinamente, comencé a padecer la cautivante influencia de algunas canciones que, si bien jamás había escuchado, me parecían del todo familiares. No podía estar tan equivocado. Lo confirmé con uno de los cajeros al salir. Todas ellas eran parte de Our love to admire (2007), la última placa de Interpol, recién lanzada al mercado, que sin vacilar me llevé ufano de vuelta al hotel, donde recién pude escucharla completa, luego de repasar los discos anteriores del grupo en el animado tren de regreso a Long Island.
Aunque la calidad de las composiciones parecía haber sufrido cierta mínima merma, o bien, un ligero, aunque perceptible desplazamiento hacia el ámbito de lo comercial, con la sistemática incorporación de sintetizadores, por mencionar solo una característica —o bien, al hecho de que aún no había podido escuchar la placa con la misma atención con que había digerido y disfrutado TOTBL o Antics—, la continuidad con los discos anteriores me parecía particularmente notoria, llevándome a volver a disfrutar con una serie de éxitos seguros como «Rest my chemistry», «Mammoth» o «Who do you think?». De hecho, la placa debutó, asombrosamente, en el ranking número 4 de la revista Bilboard, lo que a mi juicio se hubiera justificado mucho más en el caso de alguno de los discos anteriores, pero es significativo respecto a las expectativas que Interpol ha sido capaz de generar desde Turn on the bright lights. A un par de semanas de adquirirla, y luego de haberla escuchado con bastante mayor atención, creo que Our love... se queda apenas atrás respecto a sus antecedentes.
A estas alturas, no me cabe la menor duda de que Interpol ha sido capaz de consolidar una estética y un sonido inconfundible, es decir, una identidad musical, congregando a una multitud de incondicionales que se incrementa progresivamente. Ahora solo cabe esperar si la banda liderada por Daniel Kessler preferirá continuar administrando una fórmula que ha demostrado ser particularmente eficaz en el trabajo de estos años inaugurales o si, como otros artistas, se arriesgará a evolucionar en alguna otra dirección. Sea cual sea el camino que elija, en todo caso, me parece que Interpol ya ha hecho una contribución fundamental a la historia del rock, el post-rock o comoquiera que se llame la nueva transformación de un género que, como pocos, ha sabido acoger diversas influencias, demostrando una enorme vigencia y vitalidad.
Guillermo Riveros Álvarez
PS: Información adicional acerca de Interpol tanto en el sitio oficial: www.interpolnyc.com, como en http://es.wikipedia.org/wiki/interpol y www.wikimusicguide.com/interpol, entre otros. En www.youtube.com, por otra parte, pueden descargarse algunos videos y numerosas grabaciones en vivo.