Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros;
hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; en lo que
a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros.
Jorge Luis Borges.
A mi madre, en su septuagésimo cumpleaños.
A cuatro años de haber creado la sección No solo de Lan vive el tripulante, dedicada a intercambiar datos de interés cultural diverso, un doble sentimiento me acecha sordamente. En primer lugar, me siento bastante satisfecho de haber podido mantener este proyecto en el tiempo con una aceptable periodicidad, habiendo recibido una acogida tan favorable por parte de ustedes. Más allá de cualquier pose, es gratificante saberse leído y contar con un público interesado, aunque sea para discrepar con lo propuesto. Así mismo, me parece que desde mi primera recomendación acerca de la novela Tango del viudo, hasta la última publicada a la fecha acerca de la segunda parte de las memorias de Alejandro Jodorowsky, pasando por libros tan dispares como Los evangelios gnósticos y Abecedario (subjetivo) de la Globalización, cintas como Closer o Amélie, y músicos como Ludwig van Beethoven o Rodrigo Jarque, se ha producido un progreso escritural palpable, al menos para mí, a la vez que un persistente esfuerzo por mantener bien oxigenados nuestros dislocados cerebros, llevándolos a territorios menos conocidos y más sutiles que los acostumbrados. Sin duda, el entusiasmo me ha hecho extenderme más de la cuenta en varias de ellas, pero no creo haber caído en tópicos tan impenetrables o alejados del interés común, como para que se me considere un paria. Por cierto, he procurado concientemente forzar los límites del interés común. No es en absoluto mi propósito recomendar lo que no necesita recomendación por contar de antemano con una plataforma de publicidad asegurada, salvo contadas y merecidas excepciones, como en el caso de la primera temporada de Lost o del talentoso Christopher Nolan, porque para eso hay mucha gente que puede hacerlo por mí; de partida, los medios tradicionales de comunicación. Por otro lado, tampoco me interesa promover best sellers de fácil digestión e inmediato olvido, deficiente cine comercial o música desechable, lo que no implica en modo alguno que sea incapaz de apreciar obras ajenas al canon docto; ciertamente, disfruto muchísimo con una serie de productos pertenecientes a la así llamada “industria cultural” por la Escuela de Frankfurt hace ya bastantes años. Sin ir más lejos, hace solo unos días atrás, me llevé una impresión sumamente favorable de la versión fílmica de El perfume, basada en la novela de Patrick Süskind, y me encantaría estar presente en el próximo concierto de Soda Stereo, en el Estadio Nacional. Aparte, me considero un fiel seguidor de E. R. No me interesa ser esotérico o alternativo por el mero placer de pertenecer a una casta exquisita, pero no por eso voy a celebrar cualquier cosa publicada o envasada que me pongan por delante. Es absolutamente necesario desarrollar independencia de juicio, sentido crítico, autonomía intelectual, como también curiosidad por la multiplicidad de aspectos que nos ofrece nuestro mundo. Es cierto, vivimos en una sociedad llena de obscenidades e injusticia, un contexto lleno de limitaciones y cosas por hacer, pero todavía existe el milagro y la iluminación, por aquí y por allá: el resplandor de la poesía, el éxtasis de la música, la fascinación de una buena historia, algún encuentro casual capaz de suscitar nuestra simpatía e interés o desplazarnos de nuestras anquilosadas posiciones existenciales.
No puede ser que un pasatiempo tan trivial como el Sudoku reemplace una buena lectura. Confieso que me irrita profundamente observar a individuos inteligentes enfrascarse en incuestionadas modas ciegas. Nuestro tiempo de ocio es limitado y, por eso, sagrado. Y cuando escribo “ocio” pienso en el ocio griego que fue capaz de sentar las bases de la filosofía occidental y no la mera pérdida de tiempo. Dudo que haya alguien que se proponga perder el tiempo deliberadamente. Otra cosa es no saber administrarlo con la suficiente pericia. ¿Qué se consigue con la destreza en Sudoku, por otro lado? Únicamente completar más rápido los tableros del futuro, pero nada más. No hay ninguna destreza que pueda ser extrapolada a partir de una ocupación tan específica. Por otro lado, estoy seguro de que Oriente es capaz de ofrecernos algo más que semejante tipo de pasatiempos. Si no les basta mi opinión, pueden consultar con los señores Marco Polo o Mircea Eliade.
Lo mismo puede decirse de los crucigramas y los juegos de video. No sirven para nada más que para sí mismos y para matar el tiempo: escalofriante crimen. Con los libros es otra cosa. De partida, un buen libro es una fuente inagotable de placer y conocimiento, entre otras tantas ventajas que otros han sabido enaltecer mejor de lo que yo sería capaz, como Montaigne en uno de sus famosos Ensayos, o el gran Jorge Luis Borges, para no hablar del poeta simbolista Stéphane Mallarmé. A partir de un libro, nos apropiamos de nuestra cultura, somos capaces de ampliar nuestros limitados horizontes, crecemos tanto intelectual como moralmente —mucho más allá de lo que podríamos hacerlo sin su ayuda—: somos capaces de vivir experiencias, vidas o tiempos que no nos pertenecen, ni nos pertenecerán jamás, pero en las que, de algún modo, nos gustaría participar. La experiencia individual es, por definición, limitada; no así la colectiva, transmitida en buena medida por nuestras postergadas bibliotecas. Podrán atosigarnos con la televisión o Internet, pero yo siempre seguiré creyendo en los libros; aunque se me tilde de anticuado: lo soy en muchos aspectos, a mucha honra.
Pero quería hablar de dos sentimientos y he divagado únicamente a partir del primero. Mi segundo sentimiento tiene que ver con la cierta desazón de no haber sabido cómo hacerlos participar de un modo más activo, llevándolos a enviarme sus propias recomendaciones culturales, y no únicamente a leerme. No implementé esta sección como un escaparate privado para satisfacer mi narcisismo —al menos, no únicamente para esto—, sino para que juntos viajáramos a destinos alternativos, alejados de los horrorosos malls o los artificiosas luces de la discoteque, destinos culturales propuestos por todos nosotros, por cierto: una exposición, un disco, un libro, una película, un lugar, un restaurant, un museo, un sitio web o un blog [1]. Hasta ahora, muy pocos han sido quienes han tomado el guante, razón por la cual les reitero mi agradecimiento, y lamentablemente puedo mencionarlos de memoria: Mauricio Barrera, Jairo Espinoza y Catherine Morrison. ¿Conocidos? Ciertamente. Pero no pueden seguir siendo siempre los mismos quienes den un paso adelante para tratar de hacer algo por nosotros, los mismos para que asistan a las asambleas o defiendan a nuestra organización. Se ha repetido hasta el cansancio, pero siempre será necesario subrayarlo nuevamente: es necesaria la participación de todos para que las cosas funcionen como queremos, para que se produzcan los cambios que queremos. La política no es otra cosa que la preocupación por los asuntos públicos. Debemos empezar por nuestra casa. No basta con pagar una cuota al mes y creer que los dirigentes son nuestros empleados o algo por el estilo. No lo son. Ninguno de ellos se beneficia particularmente haciendo un trabajo que a la mayor parte de nosotros nos resultaría ingrato, tedioso y rutinario. Ellos son nuestros representantes y hacen lo mejor que pueden dentro de un estrecho marco lleno de limitaciones. Nuestra única, legítima fuerza como trabajadores aquí y cualquier lugar civilizado es el sindicato y debemos cuidarlo, día a día, con nuestro trabajo y nuestro ejemplo.
Reitero la invitación, entonces, con redoblada fuerza y convicción, a participar junto a nosotros, ya sea compartiendo algún buen dato cultural, o bien, contribuyendo a que nuestro trabajo sea cada día un poco más digno, justo y agradable con alguna otra iniciativa concreta. La cultura es o debiera ser una necesidad y no el abalorio eventual de una casta privilegiada. De privilegios exclusivos ya hemos tenido bastante en el pasado y estamos hartos. Hoy y no mañana es el momento de cambiar. Por nuestro propio bien. Tal vez una biblioteca sindical desde donde pudiéramos obtener libros, discos o filmes para acompañarnos en nuestros viajes no estaría del todo mal como un siguiente paso, o bien, una nueva sección que alternara con esta donde publicar nuestras anécdotas y recuerdos como tripulantes, ¿no les parece? Había pensado incluso un nombre para ella: “Postales: Crónicas del cielo y de la tierra”. ¿Les gusta? Podemos discutirlo, si les parece. Para que No solo de Lan vive el tripulante deje de ser solo un eslogan, debemos trabajar unidos, como un verdadero equipo, el equipo que indudablemente podemos ser con un poquito de esfuerzo.
Porque unidos somos más. Mucho más.
Guillermo Riveros Álvarez
[1] Los hay muy buenos, también, como el de la Biblioteca Nacional de Francia (www.bnf.fr o http://gallica.bnf.fr), la DIBAM (www.memoriachilena.cl), o el administrado por el escritor y crítico literario Álvaro Bisama (http://elcomelibros.blogspot.com), por mencionar solo algunos.