Hasta hace poco tiempo, de hecho, Llanos permanecía prácticamente inédito y poco conocido para el gran público. Sin embargo, es probable que a partir de la relativamente reciente edición de esta excelente Antología presunta, preparada por él mismo y ganadora de la quinta versión del Premio Altazor, sea capaz de interesar a un contingente más amplio. Personalmente, tuve la suerte de apreciar su peculiar talento por primera vez en una Miniantología del tamaño de un disco compacto regalada por un remoto amigo que a mi vez deposité en nuevas manos para que siguiera discurriendo, y prontamente me sentí cautivado por la sobria belleza y precisión de su palabra.
Como tantos otros, Eduardo Llanos pertenece a la “generación presunta” (77) que alcanzó la adultez bajo la dictadura militar, debiendo sufrir los rigores de un tiempo absolutamente impropio y terrible para los devaneos líricos. Muchos de sus representantes tuvieron que partir al exilio, ocultarse bajo diversas máscaras poéticas, o bien, refugiarse en el alcohol y la cuneta. Otros, fueron menos afortunados.
Gran admirador de Jacques Prévert, Ernesto Cardenal, César Vallejo y, sobre todo, del desaparecido Enrique Lihn [2], entre otros, y como este último, absolutamente conciente de los peligros y mistificaciones de su oficio, Eduardo Llanos Melusa nació en Santiago el 10 de enero en 1956. Aparte de poeta es ensayista [3], profesor universitario y psicólogo, ejerciendo la docencia en Psicología de la Comunicación y la Creatividad en Santiago, lo que no impide que, de cuando en cuando y en secreto, como él mismo lo señala en Crono/lógica (168), sea capaz de dar “rienda suelta a sus bajos instintos literarios”.
Su poesía se caracteriza, entre otras cosas, por una extraordinaria sencillez, tanto en el tratamiento del lenguaje, como en los motivos escogidos. Pero sencillez no significa en ningún caso simpleza ni ramplonería. No se trata de poesía para incautos o distraídos, ni mucho menos. Pese a escribir de un modo absolutamente diáfano y próximo, sus poemas poseen la altura de cualquier notable creación de factura más tradicional. Al interior de su obra todo puede ser materia poética, desde un músico callejero mapuche encontrado a la salida del metro (67-8) hasta Fray Bartolomé de Las Casas (83) o César Vallejo (85), reservándole un destacadísimo lugar a lo social y político, que en ocasiones adopta la no siempre bien ponderada forma de la denuncia, como en el caso de los poemas dedicados a Sebastián Acevedo (143) o a Pepe Murga (144-5), propios de Disidencia en la Tierra.
A diferencia de la obra de parte considerable de sus colegas, la poesía de Llanos Melusa no le da la espalda a la contingencia ni la historia para ocultar el rostro entre las sutiles emanaciones de múltiples paraísos artificiales, pese a considerar la poesía “como un puente colgante entre la conciencia de nuestra precariedad humana y el anhelo de una existencia más alta” (281). Por el contrario, las enfrenta y redime, con valor y resolución.
Adhiriéndose a la tradición antipoética de raíz parriana, por otra parte, el poeta, para Llanos, es un hombre como todo el mundo; ni más ni menos importante que el jornalero o el abogado; ni más ni menos digno que el empresario o el proletario. No hay distinción entre materias superiores ni materias inferiores, como tampoco entre los temas y los motivos.
El amor y la mujer, en todas sus formas y avatares, por supuesto, constituye otra de sus grandes preocupaciones, un amor de hombres y mujeres comunes y sencillas, que “no cultivan el arte de reptar hacia la fama / ni confunden a las personas con peldaños” (73), como también, la dimensión de lo lúdico, lo que se pone de manifiesto en sus múltiples caligramas, abundante uso de juegos de palabras y dobles sentidos.
Antología presunta, recopilada por él mismo Llanos Melusa y prologada por el poeta y académico escocés Niall Binns, representa, sin duda, una inmejorable introducción a su riquísima, estimulante y “lozana” obra poética desarrollada entre los años 1976 y 2002, incluyendo selecciones de libros tales como los ya mencionados Contradiccionario (1976/1983) y Disidencia en la tierra (1975/1988), sin olvidar otros como La brasa y la brisa (1986/2002), Paisaje histórico (1984/1989) y Cofre de haikus (1988/2002).
Como lo señala el propio autor, su poesía no es una poesía hermética ni elitista, construida “como puzzles para dos o tres profesores / que pasaron por la universidad sin que la universidad pasara por ellos / y que terminaron doctorándose en algún café cercano a La Sorbonne” (149), sino —insistimos—, una palabra sencilla, dirigida a gente sencilla, capaz de apreciar la belleza de la palabra de todos los días, la belleza de la palabra y la vida del hombre común, con sus preocupaciones, sufrimientos y abrumadoras contradicciones. Una obra, por lo tanto, sumamente acogedora, inclusiva y próxima a todos nosotros que sin duda nos hará sentir que, con un poquito de esfuerzo, todos somos capaces de compartir el misterio poético sin ninguna clase de aprensión, miedo o infundado asombro.
Guillermo Riveros Álvarez
[1] Primer Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío, de 1988, por Disidencia en la tierra; Primer Premio en el Centenario de Gabriela Mistral, de 1989, por Espejeos retrovisores; Primer Premio Pedro de Oña, de 1990, por Como un brasero que se extingue en la llovizna.
[2] De quien ha editado una excelente selección de nombre Porque escribí, editada por el Fondo de Cultura Económica.
[3] Ha publicado, entre otros, estudios y prólogos de Nicanor Parra, Gonzalo Rojas y Jorge Teillier.