21 de agosto de 2007

INTERPOL. Banda de rock de origen neoyorquino.


A mi querido camarada Paulo Olivares, nuevamente.

A pesar de la evidente homonimia que vincula a dos entidades por completo diversas, espero que nadie se haya confundido con el rótulo de esta reseña creyendo que mi intención consistía en recomendarle los servicios o instalaciones de la policía internacional ni nada por el estilo. La Interpol a que me refiero en esta ocasión es, por el contrario, una de las mejores bandas de rock del momento, capaz de contradecir con creces la conocida opinión de que solo se hace buen rock en el Reino Unido. O, al menos, la excepción que confirma la regla… Una de las excepciones.
Como lo señalaba hace un tiempo a propósito de Damien Rice, tres álbumes me parece un corpus más que considerable como para evaluar si un artista constituye un proyecto sustentable en el tiempo y no una mera ilusión auditiva de temporada, como es el caso de tantos que desaparecen sin dejar el menor rastro, como si se los hubiera tragado la misma tierra que las regurgitó originalmente. Pues bien, ahora que Interpol acaba de lanzar su tercer disco, Our love to admire, tal vez haya llegado la hora de hacer ciertos balances.
De no haber sido por la oportuna mediación de Paulo Olivares, uno de mis habituales proveedores culturales y mejores amigos, probablemente me hubiera costado muchísimo tener conocimiento de una banda como Interpol. Por lo que entiendo, la nueva revelación del post-rock no es un conjunto particularmente difundido por nuestras radios, sino una agrupación relativamente “independiente”. Todavía.
La historia de Interpol comienza, al igual que la de The Strokes, en 1998, con un grupo de cuatro jóvenes músicos de Nueva York. Para ser más específicos, de la propia Universidad de Nueva York, donde Daniel Kessler, uno de sus fundadores, tuvo la idea de armar una banda, contactando al también D. J. Carlos Dengler o, sencillamente Carlos D., para hacerse cargo del bajo y los teclados, y a Greg Drudy, para sentarse en la batería. Paul Banks, el carismático vocalista, a quien Kessler había conocido en París años atrás, sería reclutado un poco más tarde como último miembro. La formación se estabilizaría en 2000, luego de que Greg Drudy fuera reemplazado por Sam Fogarino, encargándose Eric Absteleben de los teclados a la hora de las presentaciones y giras.
Las influencias más ostensibles de Interpol proceden de las leyendas tales como Joy Division (con la que se la compara un tanto majaderamente), Bauhaus o The Smiths (el tema «Say Hello to the Angels», por ejemplo), aunque también se los suele relacionar con otros grupos como The Chameleons, The Pixies, Echo & the Bunnymen o Franz Ferdinand, con los que sin duda guardan más de alguna semejanza. Todos ellos tienen un agudo sentido del ritmo, guitarras omnipresentes y obsesivas, y vocalistas sobresalientes. Todos ellos son capaces de obtener efectos sorprendentes, atmósferas cargadas de energía con una encomiable economía de recursos, como si se tratase de diligentes cuentistas. En Interpol no hay virtuosismo de ninguna clase, pero sí una enorme expresividad, a la que contribuye cada una de las partes, cada uno de los integrantes.
Luego de la publicación de una serie de demos y EPs entre 1998 y 2001, entre los que cabe destacar Fukd I. D. # 3 o The black EP, lo que les significó una importante reputación a nivel “local” —si eso tiene algún sentido para una ciudad como Nueva York—, Interpol lanza en 2002 el extraordinario álbum Turn on the bright lights, para el sello Matador, aclamado en forma inmediata por la crítica de música independiente, convirtiéndose así en uno de los mayores referentes de la música de la costa este. Entre otros honores, la placa alcanzó uno de los primeros lugares en el ranking de los mejores discos del año 2002 de la prestigiosa revista británica New Musical Express (NME), como también el quinto lugar en el ranking Bilboard dedicado a los mejores álbumes independientes.
Personalmente, no creo exagerar si afirmo que Turn on the bright lights es uno de los mejores discos de rock que haya tenido la oportunidad de escuchar. En efecto, TOTBL constituye una producción poderosa, estimulante y particularmente regular en términos de composición, capaz de sacudir los huesos de cualquier alma afín al buen rock desde los primeros acordes de la conmovedora «Untitled», usados con particular acierto en uno de los capítulos de Friends. Una placa rotunda que pareciera saber perfectamente hacia donde se dirige desde el mismo comienzo, sin excederse en desarrollos inútiles ni vanos experimentalismos. Entre otras cualidades, TOTBL reúne una proporcionada mezcla de crudeza y sofisticación, un sonido de cualidad nocturna y distante melancolía. Puedo escucharlo una y otra vez y siempre vuelve a estimularme, a hacerme vibrar, lo que se contagia con gran facilidad, no implicando ningún tipo de concesiones por parte de los músicos, como tampoco hermetismo. Sencillamente, buen rock.
Como decía, la calidad de los temas es bastante pareja, aunque sobresalen algunas cimas extraordinarias, como «PDA», «NYC» u «Obstacle 1». Cada una de las composiciones es una verdadera muestra de rotundidad creativa, sencillez y fuerza, condiciones a mi gusto imprescindibles en este género musical, aunque Antics (2004), la segunda producción, supo a mi juicio ponerse orgullosamente a la altura, reactualizando parte de los mejores rasgos que habían hecho soberbio al primer LP, con canciones inolvidables como «Narc», «Not even jail» o «A time to be so small», por mencionar solo algunas. Como TOTBL, Antics también alcanzó un inmediato reconocimiento de la crítica especializada como uno de los mejores discos de 2004, llevando a la banda a telonear a verdaderos colosos, como U2 o The Cure, aparte de superar de modo considerable las ventas de su debut.
Por lo general, se clasifica a Interpol como rock, rock alternativo o post-rock, perteneciendo al revival post-punk de los primeros años del nuevo siglo, aunque dudo mucho que las etiquetas musicales de la industria puedan alcanzar algún día una verdadera rigurosidad, o que el mismo rock haya alcanzado una forma final a partir de la cual se pudiera pensar en una suerte de superación definitiva. Me parece que la música, la creación en general, se beneficia mucho más de la impureza, la utilización de materiales heterogéneos y la continua búsqueda y experimentación que de la severa adscripción a parámetros del todo imprecisos, siendo el caso de los Beatles, Beck, Radiohead o la misma Björk ejemplos particularmente ilustrativos de ello, lo que no implica que Interpol se corresponda exactamente con esta opinión. Por el contrario, si hay algo que caracteriza a Interpol hasta el momento es, creo, su homogeneidad, su reconocible sonido: las afiladas guitarras, la inconfundible voz de Banks, los contagiosos ritmos y las memorables melodías. No me fue difícil comprobarlo personalmente hace algunas semanas mientras me encontraba en una de las grandes tiendas de Manhattan. Como de costumbre, me encontraba recorriendo las diversas góndolas en busca de alguna buena oferta musical cuando, repentinamente, comencé a padecer la cautivante influencia de algunas canciones que, si bien jamás había escuchado, me parecían del todo familiares. No podía estar tan equivocado. Lo confirmé con uno de los cajeros al salir. Todas ellas eran parte de Our love to admire (2007), la última placa de Interpol, recién lanzada al mercado, que sin vacilar me llevé ufano de vuelta al hotel, donde recién pude escucharla completa, luego de repasar los discos anteriores del grupo en el animado tren de regreso a Long Island.
Aunque la calidad de las composiciones parecía haber sufrido cierta mínima merma, o bien, un ligero, aunque perceptible desplazamiento hacia el ámbito de lo comercial, con la sistemática incorporación de sintetizadores, por mencionar solo una característica —o bien, al hecho de que aún no había podido escuchar la placa con la misma atención con que había digerido y disfrutado TOTBL o Antics—, la continuidad con los discos anteriores me parecía particularmente notoria, llevándome a volver a disfrutar con una serie de éxitos seguros como «Rest my chemistry», «Mammoth» o «Who do you think?». De hecho, la placa debutó, asombrosamente, en el ranking número 4 de la revista Bilboard, lo que a mi juicio se hubiera justificado mucho más en el caso de alguno de los discos anteriores, pero es significativo respecto a las expectativas que Interpol ha sido capaz de generar desde Turn on the bright lights. A un par de semanas de adquirirla, y luego de haberla escuchado con bastante mayor atención, creo que Our love... se queda apenas atrás respecto a sus antecedentes.
A estas alturas, no me cabe la menor duda de que Interpol ha sido capaz de consolidar una estética y un sonido inconfundible, es decir, una identidad musical, congregando a una multitud de incondicionales que se incrementa progresivamente. Ahora solo cabe esperar si la banda liderada por Daniel Kessler preferirá continuar administrando una fórmula que ha demostrado ser particularmente eficaz en el trabajo de estos años inaugurales o si, como otros artistas, se arriesgará a evolucionar en alguna otra dirección. Sea cual sea el camino que elija, en todo caso, me parece que Interpol ya ha hecho una contribución fundamental a la historia del rock, el post-rock o comoquiera que se llame la nueva transformación de un género que, como pocos, ha sabido acoger diversas influencias, demostrando una enorme vigencia y vitalidad.

Guillermo Riveros Álvarez

PS: Información adicional acerca de Interpol tanto en el sitio oficial: www.interpolnyc.com, como en http://es.wikipedia.org/wiki/interpol y www.wikimusicguide.com/interpol, entre otros. En www.youtube.com, por otra parte, pueden descargarse algunos videos y numerosas grabaciones en vivo.

21 de junio de 2007

LA CULTURA COMO NECESIDAD. Algunas consideraciones aniversarias…


Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros;

hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; en lo que

a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros.

Jorge Luis Borges.



A mi madre, en su septuagésimo cumpleaños.


A cuatro años de haber creado la sección No solo de Lan vive el tripulante, dedicada a intercambiar datos de interés cultural diverso, un doble sentimiento me acecha sordamente. En primer lugar, me siento bastante satisfecho de haber podido mantener este proyecto en el tiempo con una aceptable periodicidad, habiendo recibido una acogida tan favorable por parte de ustedes. Más allá de cualquier pose, es gratificante saberse leído y contar con un público interesado, aunque sea para discrepar con lo propuesto. Así mismo, me parece que desde mi primera recomendación acerca de la novela Tango del viudo, hasta la última publicada a la fecha acerca de la segunda parte de las memorias de Alejandro Jodorowsky, pasando por libros tan dispares como Los evangelios gnósticos y Abecedario (subjetivo) de la Globalización, cintas como Closer o Amélie, y músicos como Ludwig van Beethoven o Rodrigo Jarque, se ha producido un progreso escritural palpable, al menos para mí, a la vez que un persistente esfuerzo por mantener bien oxigenados nuestros dislocados cerebros, llevándolos a territorios menos conocidos y más sutiles que los acostumbrados. Sin duda, el entusiasmo me ha hecho extenderme más de la cuenta en varias de ellas, pero no creo haber caído en tópicos tan impenetrables o alejados del interés común, como para que se me considere un paria. Por cierto, he procurado concientemente forzar los límites del interés común. No es en absoluto mi propósito recomendar lo que no necesita recomendación por contar de antemano con una plataforma de publicidad asegurada, salvo contadas y merecidas excepciones, como en el caso de la primera temporada de Lost o del talentoso Christopher Nolan, porque para eso hay mucha gente que puede hacerlo por mí; de partida, los medios tradicionales de comunicación. Por otro lado, tampoco me interesa promover best sellers de fácil digestión e inmediato olvido, deficiente cine comercial o música desechable, lo que no implica en modo alguno que sea incapaz de apreciar obras ajenas al canon docto; ciertamente, disfruto muchísimo con una serie de productos pertenecientes a la así llamada “industria cultural” por la Escuela de Frankfurt hace ya bastantes años. Sin ir más lejos, hace solo unos días atrás, me llevé una impresión sumamente favorable de la versión fílmica de El perfume, basada en la novela de Patrick Süskind, y me encantaría estar presente en el próximo concierto de Soda Stereo, en el Estadio Nacional. Aparte, me considero un fiel seguidor de E. R. No me interesa ser esotérico o alternativo por el mero placer de pertenecer a una casta exquisita, pero no por eso voy a celebrar cualquier cosa publicada o envasada que me pongan por delante. Es absolutamente necesario desarrollar independencia de juicio, sentido crítico, autonomía intelectual, como también curiosidad por la multiplicidad de aspectos que nos ofrece nuestro mundo. Es cierto, vivimos en una sociedad llena de obscenidades e injusticia, un contexto lleno de limitaciones y cosas por hacer, pero todavía existe el milagro y la iluminación, por aquí y por allá: el resplandor de la poesía, el éxtasis de la música, la fascinación de una buena historia, algún encuentro casual capaz de suscitar nuestra simpatía e interés o desplazarnos de nuestras anquilosadas posiciones existenciales.

No puede ser que un pasatiempo tan trivial como el Sudoku reemplace una buena lectura. Confieso que me irrita profundamente observar a individuos inteligentes enfrascarse en incuestionadas modas ciegas. Nuestro tiempo de ocio es limitado y, por eso, sagrado. Y cuando escribo “ocio” pienso en el ocio griego que fue capaz de sentar las bases de la filosofía occidental y no la mera pérdida de tiempo. Dudo que haya alguien que se proponga perder el tiempo deliberadamente. Otra cosa es no saber administrarlo con la suficiente pericia. ¿Qué se consigue con la destreza en Sudoku, por otro lado? Únicamente completar más rápido los tableros del futuro, pero nada más. No hay ninguna destreza que pueda ser extrapolada a partir de una ocupación tan específica. Por otro lado, estoy seguro de que Oriente es capaz de ofrecernos algo más que semejante tipo de pasatiempos. Si no les basta mi opinión, pueden consultar con los señores Marco Polo o Mircea Eliade.

Lo mismo puede decirse de los crucigramas y los juegos de video. No sirven para nada más que para sí mismos y para matar el tiempo: escalofriante crimen. Con los libros es otra cosa. De partida, un buen libro es una fuente inagotable de placer y conocimiento, entre otras tantas ventajas que otros han sabido enaltecer mejor de lo que yo sería capaz, como Montaigne en uno de sus famosos Ensayos, o el gran Jorge Luis Borges, para no hablar del poeta simbolista Stéphane Mallarmé. A partir de un libro, nos apropiamos de nuestra cultura, somos capaces de ampliar nuestros limitados horizontes, crecemos tanto intelectual como moralmente —mucho más allá de lo que podríamos hacerlo sin su ayuda—: somos capaces de vivir experiencias, vidas o tiempos que no nos pertenecen, ni nos pertenecerán jamás, pero en las que, de algún modo, nos gustaría participar. La experiencia individual es, por definición, limitada; no así la colectiva, transmitida en buena medida por nuestras postergadas bibliotecas. Podrán atosigarnos con la televisión o Internet, pero yo siempre seguiré creyendo en los libros; aunque se me tilde de anticuado: lo soy en muchos aspectos, a mucha honra.

Pero quería hablar de dos sentimientos y he divagado únicamente a partir del primero. Mi segundo sentimiento tiene que ver con la cierta desazón de no haber sabido cómo hacerlos participar de un modo más activo, llevándolos a enviarme sus propias recomendaciones culturales, y no únicamente a leerme. No implementé esta sección como un escaparate privado para satisfacer mi narcisismo —al menos, no únicamente para esto—, sino para que juntos viajáramos a destinos alternativos, alejados de los horrorosos malls o los artificiosas luces de la discoteque, destinos culturales propuestos por todos nosotros, por cierto: una exposición, un disco, un libro, una película, un lugar, un restaurant, un museo, un sitio web o un blog [1]. Hasta ahora, muy pocos han sido quienes han tomado el guante, razón por la cual les reitero mi agradecimiento, y lamentablemente puedo mencionarlos de memoria: Mauricio Barrera, Jairo Espinoza y Catherine Morrison. ¿Conocidos? Ciertamente. Pero no pueden seguir siendo siempre los mismos quienes den un paso adelante para tratar de hacer algo por nosotros, los mismos para que asistan a las asambleas o defiendan a nuestra organización. Se ha repetido hasta el cansancio, pero siempre será necesario subrayarlo nuevamente: es necesaria la participación de todos para que las cosas funcionen como queremos, para que se produzcan los cambios que queremos. La política no es otra cosa que la preocupación por los asuntos públicos. Debemos empezar por nuestra casa. No basta con pagar una cuota al mes y creer que los dirigentes son nuestros empleados o algo por el estilo. No lo son. Ninguno de ellos se beneficia particularmente haciendo un trabajo que a la mayor parte de nosotros nos resultaría ingrato, tedioso y rutinario. Ellos son nuestros representantes y hacen lo mejor que pueden dentro de un estrecho marco lleno de limitaciones. Nuestra única, legítima fuerza como trabajadores aquí y cualquier lugar civilizado es el sindicato y debemos cuidarlo, día a día, con nuestro trabajo y nuestro ejemplo.

Reitero la invitación, entonces, con redoblada fuerza y convicción, a participar junto a nosotros, ya sea compartiendo algún buen dato cultural, o bien, contribuyendo a que nuestro trabajo sea cada día un poco más digno, justo y agradable con alguna otra iniciativa concreta. La cultura es o debiera ser una necesidad y no el abalorio eventual de una casta privilegiada. De privilegios exclusivos ya hemos tenido bastante en el pasado y estamos hartos. Hoy y no mañana es el momento de cambiar. Por nuestro propio bien. Tal vez una biblioteca sindical desde donde pudiéramos obtener libros, discos o filmes para acompañarnos en nuestros viajes no estaría del todo mal como un siguiente paso, o bien, una nueva sección que alternara con esta donde publicar nuestras anécdotas y recuerdos como tripulantes, ¿no les parece? Había pensado incluso un nombre para ella: “Postales: Crónicas del cielo y de la tierra”. ¿Les gusta? Podemos discutirlo, si les parece. Para que No solo de Lan vive el tripulante deje de ser solo un eslogan, debemos trabajar unidos, como un verdadero equipo, el equipo que indudablemente podemos ser con un poquito de esfuerzo.

Porque unidos somos más. Mucho más.


Guillermo Riveros Álvarez



[1] Los hay muy buenos, también, como el de la Biblioteca Nacional de Francia (www.bnf.fr o http://gallica.bnf.fr), la DIBAM (www.memoriachilena.cl), o el administrado por el escritor y crítico literario Álvaro Bisama (http://elcomelibros.blogspot.com), por mencionar solo algunos.

18 de mayo de 2007

EL MAESTRO Y LAS MAGAS. Memorias de Alejandro Jodorowsky, Siruela, Madrid, 2005.


Lo que das, te lo das; lo que no das, te lo quitas.


Hay hombres singulares, cuya vida pareciera tener un sentido superior a la de todos nosotros, hombres capaces de iluminarnos, de señalar un camino a seguir, verdaderos líderes, inefables maestros. El siglo XIX acuñó el concepto de «genio» para semejantes hombres. Un concepto polémico, indudablemente, pero que aun hoy en día es capaz de sugerir un sentido para nosotros. Sin temor a equivocarme, creo que Alejandro Jodorowsky es uno de aquellos hombres. Lo sostuve hace un tiempo atrás [1], y vuelvo a hacerlo ahora, con redoblada intensidad. Lo excelente debe ser exaltado, no únicamente lo deficiente. Eso es demasiado fácil. Todos somos expertos a la hora de criticar y avaros a la hora de reconocer los méritos ajenos, lo que me parece uno de nuestros defectos más detestables. Dudo mucho que hoy, en el mundo, existan muchos hombres como Jodorowsky, como si se tratara de un superviviente de una antigua estirpe, hoy en vías de extinción. Suele invadirme la horrorosa sospecha de que nos volvemos cada día un poco más tontos, ignorantes y manipulables por una serie de sutiles y no tan sutiles mecanismos que la misma sociedad pone a nuestra disposición, con el supuesto fin de liberarnos o satisfacer nuestras genuinas necesidades. Karl Marx, otro gran hombre del siglo XIX, habló de la progresiva «alienación» del hombre en el sistema capitalista y algo parecido sostuvieron los oscuros héroes de la primera Escuela de Frankfurt, llevando a cabo un descarnado análisis de los engendros propios de una sociedad de masas. Yo concuerdo plenamente, por más duro que esto suene a nuestros delicados oídos posmodernos. A muchos, sin duda alguna, les conviene que permanezcamos sumergidos bajo diversas ilusiones, es decir, «alienados», ciegos a nuestras verdaderas posibilidades, para así dominarnos mejor: los hombres que saben de lo que son capaces pueden llegar a ser temibles. Acaso sea por eso que a Jodorowsky le encante el concepto de «iluminación». Para Jodorowsky, el arte, si no sana, no tiene sentido. Y tomar conciencia de nuestros problemas es sin duda un comienzo en el proceso de la curación. No deja de ser un objetivo particularmente ambicioso, aunque también loable para una actividad considerada más bien inútil y supernumeraria para una gran parte de la población. El creador de La montaña sagrada parece haberlo logrado en una medida nada despreciable por medio de una serie de actividades y experiencias, como sus filmes, libros, lecturas de tarot y otras terapias de índole alternativa, como la psicomagia o los masajes y estiramientos de la piel. A Jodorowsky le incomodan los caminos tradicionales, las verdades prefabricadas, el prurito occidental de despreciar la intuición y el inconciente, lo que se presta con demasiada facilidad a verse reducido a una fórmula matemática de rápida aplicación. Con sostenido esfuerzo, paciencia y obstinación, ha creado sus propias verdades, sus propios valores, realizando una asombrosa síntesis a partir de una multitud de saberes heterogéneos. Hoy en día se lo admira tanto aquí como en Francia o México, donde vivió varios años. No es para menos. Su creatividad es asombrosa; su capacidad de trabajo, inagotable; su carisma, imposible de refutar. Hace algunos meses dio una charla en el Teatro Caupolicán. Habló durante más de dos horas, sin parar, acerca de sus descubrimientos y experiencias frente a un público completamente subyugado. Yo me encontraba ahí y puedo dar fe de ello. Todo en la vida de este creador de ascendencia judío-ucraniana nacido en Tocopilla parece material de novela. Lo sabe y se ha propuesto compartirlo con nosotros de un modo directa o indirectamente literario. La danza de la realidad (Siruela, 2001) fue una de las primeras tentativas de compartir su biografía con nosotros. A mi juicio, lo consiguió de un modo rotundo. Es un libro precioso, alucinante, cuyas evocaciones se apoderan rápidamente de nuestra imaginación. Allí se encuentra su difícil infancia en el norte, el descubrimiento del teatro y la poesía, más tarde, junto a Enrique Lihn y Stella Díaz, las primeras indagaciones en el ámbito artístico y terapéutico, y la definitiva consagración, aparte de una de las primeras formulaciones acerca de la psicomagia. Por mi parte, ya lo he leído tres veces y siempre vuelvo a disfrutarlo, descubriendo nuevos aspectos que antes había descuidado, deleitándome con cada uno de los detalles de un asombroso itinerario vital. El maestro y las magas (Siruela, 2004), puede ser contemplado, en gran medida, como una continuación de ese intento. No obstante, en El maestro…las experiencias no se hilvanan de un modo por completo cronológico, lineal. Por el contrario, se articulan en torno a una serie de figuras que han desempeñado un papel clave en el desarrollo del propio Jodorowsky. Principalmente, figuras femeninas, como la pintora surrealista Leonora Carrington, Reyna D’Assia, hija del filósofo ocultista ruso Gurdjieff, la turbulenta Tigresa, o bien, nuestra querida Violeta Parra, cuando cantaba en París. El maestro aludido en el título no es otro que el maestro zen Ejo Takata, a quien Jodorowsky siempre dedicó un profundo afecto reverencial, como si hubiera usurpado el lugar que le correspondía a su propio padre biológico, Jaime, con quien Jodorowsky siempre tuvo relaciones marcadas por la violencia y el rencor. Nuevamente, innumerables imágenes y aventuras se adueñan de nuestra mente, con la irresistible fuerza de lo cinematográfico y la admirable habilidad de quien sabe encontrar un tesoro perdido en cada rincón y una enseñanza en cada mínimo detalle, como la historia de los furtivos cazadores de luciérnagas, la casi violación de Alejandro a manos de un grupo de desenfrenados sodomitas o la extrañísima iniciación a que se ve sometido con la prodigiosa Reyna D’Assia. Sin temor a exagerar, me atrevería afirmar que todas o al menos una buena parte de las aventuras que Jodorowsky comparte con nosotros en El maestro…encierran alguna iniciación, alguna enseñanza, al modo de los koans [2] que él mismo se ve desafiado a descifrar durante su entrenamiento espiritual bajo el magisterio de Takata. Ese es el hombre a que me refiero. Un hombre que sabe a un mismo tiempo fascinarnos con sus averiguaciones y empujarnos a emprender las propias con la suficiente humildad y confianza como para reconocer que no hay nada que no podamos saber o crear, si realmente nos proponemos conseguirlo. ¿Quién mejor que el propio Jodorowsky para confirmarlo?


Guillermo Riveros Álvarez



[1] En la reseña de la autobiografía La danza de la realidad de Alejandro Jodorowsky. Sindinoticias no. 29, año 5. Santiago: abril de 2004, también disponible en la red: www.stcla.cl/2004-8.html y nosolodelanviveeltripulante.blogspot.com/2008/10/la-danza-de-la-realidad-autobiografa-de.html.

[2] Según Jodorowsky, “un koan es una pregunta que el maestro zen plantea al discípulo para que la medite, analice y luego dé una respuesta. Este enigma es en esencia absurdo, imposible de contestar de manera lógica. Y precisamente ésa es su finalidad: hacer que nuestro punto de vista individual se abra a lo universal, que comprendamos que el intelecto –palabras, palabras, palabras- no sirve como respuesta…” (El maestro y las magas, p. 21).

27 de abril de 2007

Damien Rice. Cantante y compositor de origen irlandés.


What’s the point of this song? Or even singing? You’ve already gone. Why am I clinging?

Después de al menos dos álbumes disponibles en el mercado discográfico, O (2002) y 9 (2006), más una recopilación de lados b y algunas grabaciones en vivo, no me parece razonable ni justo creer que Damien Rice sea uno de esos artistas que aparecen una temporada con uno o dos temas geniales, concitando una atención concentrada pero efímera, para desaparecer a continuación sin dejar huella hasta ser rescatados por un late nite show de dudosa categoría o algo por el estilo.
En lo personal, me enteré de su existencia a raíz de la extraordinaria cinta Closer (Mike Nichols, 2004), que comenté en otra ocasión . Damien Rice no era ni más ni menos que la cálida y frágil voz masculina tras las dos bellísimas baladas incluidas en la banda sonora: «The blower´s daughter» y la minimalista «Cold water» , en donde vuelve a compartir micrófono con Lisa Hannigan.
La oportunidad de escuchar un trabajo completo de su autoría me la proporcionó hace poco tiempo una generosa colega cuando finalmente se acordó de dejarme el disco prometido en el cárdex, mientras que uno de mis más queridos amigos, Camilo Rossel, cerró el círculo obsequiándome una copia de la última placa. Confieso que he estado escuchando compulsivamente ambos desde la misma tarde en que empecé a desgranar las primeras líneas de esta reseña, una tarde de abril.
Nacido en Dublín y criado en la rural Celbridge, Damien Rice comenzó a cantar en solitario luego de separarse de su primera banda de rock, Juniper, con la que alcanzó una moderada repercusión en su país natal, luego del giro comercial que esta se vio obligada a dar, bajo las presiones del sello Polygram.
Al parecer, todo habría comenzado en serio para Rice luego de enviarle un demo al productor y compositor para cine, David Arnold, tras volver a casa luego de vivir una temporada en Italia y dedicarse a vagabundear y dar pequeños conciertos alrededor de Europa. El entusiasmo de Arnold por el material enviado por Rice le habría permitido a este grabar su primer álbum, O, lanzado en Irlanda a comienzos de 2002 y, un poco más tarde, en el Reino Unido, alcanzando un enorme reconocimiento por parte de la crítica especializada. Al año siguiente, de hecho, fue reconocido con el prestigioso Shortlist Music Prize estadounidense. Charles Spano, colaborador habitual de AMG, lo caracterizó como “un disco desesperadamente bello, un dilatado himno angélico para un mundo enfermo con la intimidad de un amigo tocando la guitarra en tu living y el esplendor de Sigur Rós” .
Aparte de las baladas incluidas en Closer, se destacan, entre otras, la plañidera «Amie», provista de unos delicados arreglos para cuerdas y una hermosa línea melódica, «Delicate» y «I remember», donde la voz de Rice pareciera desgarrarse en una suerte de rabioso reproche, mientras la música adquiere la fisonomía de un poderoso crescendo. A mi juicio, O hubiera sido una obra perfecta de no ser por la impertinente contralto incluida en el final de «Eskimo» y el dudoso coro polinesio masculino de «Cold Water».
Luego de un ajetreado 2005 y 2006 con su nueva formación, Rice volvió al estudio para grabar su segundo LP. El resultado fue 9, una placa de altísima calidad con la que se consagró como uno de los mejores intérpretes de la música folk británica del último tiempo, categoría con la que habitualmente se lo relaciona con mayor o menor acierto.
Pese a que, según algunos, 9 carece de la madurez de su opera prima, encontramos en ella enormísimas canciones como la terrible «Elephant» que, en ocasiones, pareciera recordar ciertos pasajes de Radiohead, o bien, la misma 9 crimes, con que se abre y, al parecer, titula el disco, puesto que el número de sus temas supera la cifra indicada a modo de rótulo. En «Rootless tree», por otra parte, Rice es capaz de mostrar uno de sus lados más salvajes y obsesivos, tanto musical, como verbalmente, enseñándonos su lado más duro, lo que tal vez constituya una suerte de reminiscencia de lo hecho junto a Juniper, como también en «Me, My Yoke & I». Sin embargo, es en «Grey Room» y «Accidental babies», donde, a mi entender, se encuentra el punto más alto y conmovedor de la grabación. Rice es, indudablemente, un especialista en despecho y abandono.
Como era de prever, la música de Rice gira básicamente en torno al tema del amor y las relaciones humanas, retratados con una notable capacidad evocativa y, en ocasiones, con descarnada crudeza, destacándose un amplio predominio de la guitarra y las cuerdas, como era de esperar en una producción de su tipo. Al igual que la de su compañera Lisa Hannigan, la voz de Damien Rice es cálida y un tanto vacilante, quebradiza en ocasiones, con una mezcla de delicadeza e intensidad que, según algunos, le debería muchísimo a artistas como Leonard Cohen, Bob Dylan o Natalie Merchant, e incluso a John Lennon.
En definitiva, la música de Damien Rice se construye a base de puro sentimiento, y mucho, muchísimo amor. Amor del bueno, del malo, del correcto, del terrible, del conveniente y el equivocado, el que asumimos ante todo el mundo o el que guardamos secretamente en nuestra memoria; el que nos destruye y el que nos vivifica, día tras día, noche tras noche. No escuchar a Damien Rice significa privarse de una de las mejores experiencias musicales que podamos encontrar en el ámbito de la música popular actual, uno de los mejores regalos que nos haya enviado la católica Irlanda durante los últimos años.

Guillermo Riveros Álvarez

PS: Información adicional acerca de Damien Rice en www.damienrice.com, www.myspace.com/damienrice, http://es.wikipedia.org/wiki/Damien_Rice y www.wikimusicguide.com/Damien_Rice, entre muchos otros websites dedicados a su persona. En www.youtube.com, por otra parte, pueden descargarse algunos videos y grabaciones en vivo.

18 de febrero de 2007

MONSTRUOS BAJO LA CAMA. Disco debut de Rodrigo Jarque, Le Rock Psicophonique, 2005.


Tuve la oportunidad de apreciar una pequeña muestra del enorme talento artístico de Rodrigo Jarque en marzo de 2002, durante una fiesta ofrecida en honor de mi querido amigo, Paulo Olivares, con quien siempre lo había relacionado, un poco en serio, un poco en broma, por su ligero parecido físico, durante los últimos años de la universidad.
Jarque, como nosotros, había llegado al Campus Oriente de la Universidad Católica para estudiar literatura, algunos años antes de que me correspondiera abandonar su refrescante sombra protectora, los patios atestados con sus bellas mujeres, la irresponsabilidad de la adolescencia, y me encumbrara a los innumerables cielos de la edad adulta.
Y, si bien es cierto, ya había tenido la suerte de escuchar y aprobar las composiciones y arreglos que el susodicho había preparado para los montajes de Los poseídos (1999) y La vitrina (2000), de la compañía Evoé, dirigida por Alejandra Rubio, en que participaba el mismo Paulo, esta vez —vuelvo a lo de la celebración del primer párrafo—, esta vez era distinto porque en este caso el espectáculo iba destinado solo a nosotros, los asombrados espectadores de una presentación única e irrepetible como pocas: Jarque unplugged.
Como un cetrino quijote armado de una humilde guitarra acústica que progresivamente sale de su tímido rincón para mostrarse en toda su plenitud o, mejor dicho, a todo pulmón, el transfigurado huésped se encargó de hacer de la ocasión un momento memorable interpretando una serie de canciones de diversos estilos y grupos, entre los que puedo recordar algunos boleros, un par de tangos que coreamos con toda la voz o el entusiasmo disponible, más una sorprendente versión desenchufada de «Paranoid Android», de Radiohead, demostrando una soberbia versatilidad y dominio de las cuerdas vocales e instrumentales .
Tiempo después, pude corroborar mis impresiones iniciales al volverlo a ver, en esta ocasión, subido al escenario como guitarrista y líder de la desaparecida banda universitaria Zabala, una mezcla de rock con instrumentos electrónicos y pistas pregrabadas… La misma inspirada habilidad, la misma fuerza y la total entrega a un público cautivo en el saturado subterráneo del Bierstube, aunque esta vez enchufado y premunido de toda suerte de máquinas y efectos de luz, como una verdadera estrella, la estrella que Jarque es y será, a no dudarlo.
Hace algunos meses atrás volví a tener noticias de él por el mismo Paulo, luego de bastante tiempo. Aparte de haber compuesto el tema principal de El rey de los huevones (2006), de Boris Quercia, con su nueva banda, Gitano, Rodrigo había grabado su primer disco solista editado, curiosamente, en Chile, Alemania y Dinamarca debido a una serie de extrañas circunstancias. ¿El nombre de la placa? Monstruos bajo la cama.
De modo previsible, no me hice de rogar para adquirirlo y prontamente lo tuve rodeándome la cabeza y retorciéndome los intestinos durante los solitarios caminos de un año particularmente difícil y particularmente recorrido, como si hubiera decidido convertirme en una versión criolla de Kung Fú o David Banner, al mismo tiempo.
Pese a todos los antecedentes, la sorpresa fue mayúscula. Si bien las habilidades de Jarque no me eran desconocidas, jamás creí que fuera capaz de alcanzar semejante calidad a la hora de componer, como jamás creí que yo mismo fuera capaz de conmoverme hasta tal punto por un disco de rock en castellano, compuesto por un compatriota…
Fuertemente influenciado por grupos como Radiohead, el Mogwai de Rock Action o Come on die young, o la melancolía islandesa de Sigur Rós, para mencionar únicamente las influencias que creo distinguir, Monstruos bajo la cama constituye una estremecedora ópera prima que ya se quisieran otros artistas de mayor renombre.
Conformado por nueve temas donde la melancolía y la tristeza son llevadas a una suerte de particular apoteosis, Monstruos bajo la cama me parece un logro por completo impresionante y a ratos verdaderamente sublime, aunque en absoluto recomendable para escuchar bajo la lluvia de un día de invierno o pateando las hojas caídas de abril.
Fue compuesto de modo íntegro por Rodrigo Jarque quien, además, interpreta la mayor parte de los instrumentos. Originalmente, las canciones iban a ser parte de la película En la cama (2005), de Matías Bize, pero terminaron convirtiéndose en un disco independiente que inspiró el segundo largometraje del joven director, a llamarse, apropiadamente, Lo bueno de llorar.
La placa se abre con una sombría aunque dulce introducción titulada «Monstruos», que pareciera invocar a todos los demonios que nosotros mismos arrastramos u ocultamos en lo más profundo de nuestro silencio, el rincón más oscuro de nuestra habitación o la parte inferior de nuestra cama. Es una de las pocas muestras palpables de la reconocida influencia que las Gymnopédies de Eric Satie han ejercido sobre el joven músico.
«Hay algo que está frente a nosotros», segunda canción del disco, nos permite, sin embargo, recuperar algo de calma y esperanza por unos instantes, de la mano de la cálida y susurrante voz de Jarque a quien alguien por ahí comparó —de un modo no completamente equivocado, a mi juicio— con una especie de Álvaro Henríquez en ácido, mientras que con «Mecanismos de la memoria» somos capaces de animarnos un poco más, ya que es una de las canciones más movidas y pegajosas del disco; “la que tiene más ritmo”, hasta llegar a ser “casi bailable”. Pero este mood es una mera ilusión, un tránsito de regreso a la oscuridad, porque con «Patio XXIX» volvemos a recaer en lo más profundo de un oscuro pozo. No es para menos, dado el motivo inspirador de la canción: la abandonada sección del cementerio en que fueron sepultados una serie de víctimas de la dictadura militar. Es, creo, uno de los temas más sugestivos y devastadores de Monstruos, como todos los temas tristes del álbum. La mayoría, a decir verdad.
Ahondar en el contenido de cada una de las canciones supondría, sin duda, un esfuerzo mayor y un enorme riesgo para quien escribe. Como lo señala el propio Jarque en su blog, “describir música es tan inocuo y desabrido como contar una película: no sirve absolutamente de nada...”. Más allá de las posibles evocaciones y aciertos que pudiera aportar, lo cierto es que la música siempre tiende a escaparse de las barreras que el lenguaje le impone y debe justificarse por sí misma, más allá de la obligatoriedad de ciertos comentarios aproximativos. La música, en suma, crea su propio mundo y Monstruos bajo la cama es particularmente consistente en términos de tono sentimental y de universo sonoro, un universo en donde predominan las notas y atmósferas más bien oscuras, imprecisas, ambiguas o, si se quiere, “espectrales”, lo que parece haber dado pie a la creación del neologismo “psicofónico” (psicophonique), con que Jarque describe su propia música. Una buena parte de los sonidos, de hecho, parecieran provenir de una dimensión espaciotemporal alternativa, diversa a la nuestra, más propia de los sueños que de otra cosa, enorme mérito de Jarque quien, incluso, decidió grabar en una frecuencia poco acostumbrada para nosotros, para darle su especial carácter al disco.
Pero, más allá de los tecnicismos y las explicaciones, creo que es necesario ir a la propia música, sin mayores comentarios. La música es, por sobre todas las cosas, una experiencia y, como experiencia, única, subjetiva, propia, y yo no he hecho otra cosa que tratar de comunicar la mía, de un modo por completo precario e insuficiente. Lo importante es que cada uno tenga la suya y la viva con intensidad. En ese sentido, el mejor que quepa esperar, Monstruos bajo la cama constituye un catalizador particularmente idóneo para sacarnos de nuestras ocupaciones corrientes y devolvernos a la vida renovados, purificados y redimidos por la inefable luz crepuscular de cada uno de sus cantos.

Guillermo Riveros Álvarez

PS1: Más información acerca de Rodrigo Jarque y su música en lerockpsicophonique.blogspot.com, administrado por el propio Jarque, www.purevolume.com/rodrigojarque y www.myspace.com/rodrigojarque, donde, aparte de escuchar algunos temas de Monstruos bajo la cama y encontrar una serie de datos y referencias interesantes, puede verse el video clip del tema «Hay algo que está frente a nosotros», el primer single del disco.

PS2: Por el momento, el disco se encuentra disponible en El Péndulo (Galería Interprovidencias) y www.armonica.cl, aunque en mayo próximo será lanzado (o relanzado) de modo oficial y, entonces, seguramente será más fácil adquirirlo en las disquerías tradicionales.

18 de enero de 2007

ANTOLOGÍA PRESUNTA. Antología poética de Eduardo Llanos Melusa.



…unos poemas malversados y unos fondos bien escritos...

Eduardo Llanos Melusa es un poeta particular por muchas razones. De partida, ha sido premiado en muchas ocasiones [1], pero sus obras gozan, por así decirlo, de una cualidad fantasmal, elusiva, presunta desde la que es considerada por muchos como su obra maestra, Contradiccionario, autoeditada en papel de envolver en 1983, y articulada en torno a los grandes ejes temáticos de la (meta)poesía, el amor y la sociedad, que recorrerán su obra de un extremo a otro.

Hasta hace poco tiempo, de hecho, Llanos permanecía prácticamente inédito y poco conocido para el gran público. Sin embargo, es probable que a partir de la relativamente reciente edición de esta excelente Antología presunta, preparada por él mismo y ganadora de la quinta versión del Premio Altazor, sea capaz de interesar a un contingente más amplio. Personalmente, tuve la suerte de apreciar su peculiar talento por primera vez en una Miniantología del tamaño de un disco compacto regalada por un remoto amigo que a mi vez deposité en nuevas manos para que siguiera discurriendo, y prontamente me sentí cautivado por la sobria belleza y precisión de su palabra.

Como tantos otros, Eduardo Llanos pertenece a la “generación presunta” (77) que alcanzó la adultez bajo la dictadura militar, debiendo sufrir los rigores de un tiempo absolutamente impropio y terrible para los devaneos líricos. Muchos de sus representantes tuvieron que partir al exilio, ocultarse bajo diversas máscaras poéticas, o bien, refugiarse en el alcohol y la cuneta. Otros, fueron menos afortunados.

Gran admirador de Jacques Prévert, Ernesto Cardenal, César Vallejo y, sobre todo, del desaparecido Enrique Lihn [2], entre otros, y como este último, absolutamente conciente de los peligros y mistificaciones de su oficio, Eduardo Llanos Melusa nació en Santiago el 10 de enero en 1956. Aparte de poeta es ensayista [3], profesor universitario y psicólogo, ejerciendo la docencia en Psicología de la Comunicación y la Creatividad en Santiago, lo que no impide que, de cuando en cuando y en secreto, como él mismo lo señala en Crono/lógica (168), sea capaz de dar “rienda suelta a sus bajos instintos literarios”.

Su poesía se caracteriza, entre otras cosas, por una extraordinaria sencillez, tanto en el tratamiento del lenguaje, como en los motivos escogidos. Pero sencillez no significa en ningún caso simpleza ni ramplonería. No se trata de poesía para incautos o distraídos, ni mucho menos. Pese a escribir de un modo absolutamente diáfano y próximo, sus poemas poseen la altura de cualquier notable creación de factura más tradicional. Al interior de su obra todo puede ser materia poética, desde un músico callejero mapuche encontrado a la salida del metro (67-8) hasta Fray Bartolomé de Las Casas (83) o César Vallejo (85), reservándole un destacadísimo lugar a lo social y político, que en ocasiones adopta la no siempre bien ponderada forma de la denuncia, como en el caso de los poemas dedicados a Sebastián Acevedo (143) o a Pepe Murga (144-5), propios de Disidencia en la Tierra.

A diferencia de la obra de parte considerable de sus colegas, la poesía de Llanos Melusa no le da la espalda a la contingencia ni la historia para ocultar el rostro entre las sutiles emanaciones de múltiples paraísos artificiales, pese a considerar la poesía “como un puente colgante entre la conciencia de nuestra precariedad humana y el anhelo de una existencia más alta” (281). Por el contrario, las enfrenta y redime, con valor y resolución.

Adhiriéndose a la tradición antipoética de raíz parriana, por otra parte, el poeta, para Llanos, es un hombre como todo el mundo; ni más ni menos importante que el jornalero o el abogado; ni más ni menos digno que el empresario o el proletario. No hay distinción entre materias superiores ni materias inferiores, como tampoco entre los temas y los motivos.

El amor y la mujer, en todas sus formas y avatares, por supuesto, constituye otra de sus grandes preocupaciones, un amor de hombres y mujeres comunes y sencillas, que “no cultivan el arte de reptar hacia la fama / ni confunden a las personas con peldaños” (73), como también, la dimensión de lo lúdico, lo que se pone de manifiesto en sus múltiples caligramas, abundante uso de juegos de palabras y dobles sentidos.

Antología presunta, recopilada por él mismo Llanos Melusa y prologada por el poeta y académico escocés Niall Binns, representa, sin duda, una inmejorable introducción a su riquísima, estimulante y “lozana” obra poética desarrollada entre los años 1976 y 2002, incluyendo selecciones de libros tales como los ya mencionados Contradiccionario (1976/1983) y Disidencia en la tierra (1975/1988), sin olvidar otros como La brasa y la brisa (1986/2002), Paisaje histórico (1984/1989) y Cofre de haikus (1988/2002).

Como lo señala el propio autor, su poesía no es una poesía hermética ni elitista, construida “como puzzles para dos o tres profesores / que pasaron por la universidad sin que la universidad pasara por ellos / y que terminaron doctorándose en algún café cercano a La Sorbonne” (149), sino —insistimos—, una palabra sencilla, dirigida a gente sencilla, capaz de apreciar la belleza de la palabra de todos los días, la belleza de la palabra y la vida del hombre común, con sus preocupaciones, sufrimientos y abrumadoras contradicciones. Una obra, por lo tanto, sumamente acogedora, inclusiva y próxima a todos nosotros que sin duda nos hará sentir que, con un poquito de esfuerzo, todos somos capaces de compartir el misterio poético sin ninguna clase de aprensión, miedo o infundado asombro.


Guillermo Riveros Álvarez



[1] Primer Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío, de 1988, por Disidencia en la tierra; Primer Premio en el Centenario de Gabriela Mistral, de 1989, por Espejeos retrovisores; Primer Premio Pedro de Oña, de 1990, por Como un brasero que se extingue en la llovizna.

[2] De quien ha editado una excelente selección de nombre Porque escribí, editada por el Fondo de Cultura Económica.

[3] Ha publicado, entre otros, estudios y prólogos de Nicanor Parra, Gonzalo Rojas y Jorge Teillier.