27 de agosto de 2006

LOST. Drama televisivo creado por J. J. Abrams, Damon Lindelof y Jeffrey Liber.


A Paulo Olivares, por una nueva iniciación


A estas alturas, es muy probable que muchos de ustedes hayan tenido la oportunidad de sintonizar y disfrutar de Lost [1], uno de los fenómenos televisivos más sorprendentes y sofisticados del último tiempo, salido de la mente de J. J. Abrams, Damon Lindelof y Jeffrey Liber, en alguno de los canales que lo transmite. Pues bien, esta recomendación apunta justamente a aquellos que, como yo, llegaron tarde o bien aún no han tenido la oportunidad de encontrarse con esta verdadera joya narrativa. Lo sostengo responsablemente.

Las historias, personajes y «vueltas de tuerca» de Lost, en efecto, tienen una profundidad que no solo no tiene nada que envidiar a muchas cintas de algún modo semejantes, como Lord of the flies [2] (El señor de las moscas, 1990), Magnolia (Paul Thomas Anderson, 1999) o Predator (Depredador, 1987), lo que también puede decirse de su extraordinaria producción, sino, a la propia literatura. La buena literatura, digamos. Aquella que es capaz de suscitar nuestro legítimo interés a partir de una exhaustiva exploración de nuestra humanidad, con todo lo que esta encierra de virtuoso y retorcido, de condenable y luminoso. The Heart of the darkness de Joseph Conrad, cuya versión cinematográfica es nada menos que la extraordinaria Apocalypse Now (Apocalipsis ahora, 1979) de Francis Ford Coppola, podría ser un buen ejemplo, afín a la serie. A mi entender, una influencia bastante patente de una serie llena de «guiños» culturales de todo tipo.

El prolífico Stephen King, uno de los indiscutibles maestros de la literatura comercial de nuestros tiempos, de hecho, no dudó en calificar a Lost como “la mejor novela publicada por la industria editorial norteamericana de los últimos años”, una “obra de arte” desde donde parecía surgir el “germen de una mitología”[3]. Probablemente exageraba, movido por el entusiasmo que la serie había provocado en él. Lo que de seguro no exageraba es justamente el enorme entusiasmo que la serie es capaz de provocar en buena parte de aquellos telespectadores que se atreven a acompañar en sus aventuras a los cuarenta y tantos sobrevivientes del accidentado vuelo 815 de la aerolínea Oceanic, accidente que, como muchos sabrán, constituye el punto de partida de Lost, el núcleo alrededor del cual se reconstruirán y desarrollarán las diversas historias que constituyen a cada uno de los personajes, aquellas historias que le sirven de contrapunto y explicación a un presente ingrato de supervivientes; las historias que en definitiva nos servirán para comprender la motivación de cada una de sus actos, vacilaciones, silencios o miradas.

Como una suerte de perturbadora fatalidad, el suspenso se apoderará de cada uno de los capítulos y personajes sobre los cuales se articula la narración: aproximadamente catorce, en la primera temporada. Todos, absolutamente todos, tienen algo que contar u ocultar, algo que redimir o pagar. Todos ellos son hasta cierto punto una historia que ha de resolverse por medio de alguna elección fundamental, lo que ha llevado a algunos a sostener que la isla sería una suerte de Purgatorio en que cada uno debe expiar sus propias culpas antes de pasar a una nueva fase, provistos de un nuevo conocimiento e investidos de una nueva condición.

Una hipótesis menos vinculada a la especulación escatológica o metafísica podría argumentar que Lost sería una suerte de gran reality o juego de roles organizado por una especie de vanguardia extraterrestre que hubiera decidido estudiar a la humanidad, sometiéndola a una serie de duras pruebas en un revival del Triángulo de Las Bermudas. Aunque mucho menos sugerente que la primera opción, esta tesis también podría ser posible, como seguramente muchas otras ya mencionadas y otras por mencionar. Después de todo, en Lost predomina una casi completa, fascinante incertidumbre. Sobre todo, respecto a quiénes son cada uno de los hombres y mujeres que conforman esta suerte de puñado de paradójicos «elegidos» o «privilegiados», la razón de por qué se encuentran donde están, o bien, la necesidad de que hayan sido ellos y no otros quienes deban compartir semejante odisea.

De acuerdo con esta incertidumbre será que la identidad de cada uno de los sobrevivientes se revelará, morosamente, en la forma de intermitentes flashbacks o destellos retrospectivos en contrapunto con la historia de la isla o presente narrativo. Dichas identidades estarán relacionadas, a su vez, con diversas capacidades o atributos destacados, como si se tratara de una suerte de baraja arquetípica puesta al día. El liderazgo constructivo, que cohesiona al grupo y propone soluciones, del cirujano Jack Shephard (¿de «shepherd», «pastor»?); el misticismo primitivista y chamánico de John Locke [4]; la seducción algo fatal y falaz de la otrora fugitiva Kate Ryan; la solicitud sentimental de Hurley, el gordo simpático del grupo; la arrogancia pendenciera de Sawyer, una suerte de aparente mercenario, carente de escrúpulos y tacto, evocativo del Han Solo de Star Wars; la bronceada superficialidad de Shannon y Boone, etc. Pero ingresar en la galería de los personajes y «tipos» psicológicos de Lost, redundaría en un largo y detallado ensayo inapropiado para esta recomendación. Por otra parte, la misma incertidumbre mencionada podría ocasionar que alguna descripción, apropiada para la temporada inaugural o la siguiente, pudiera llegar a perder su precisión en octubre próximo, cuando se estrene la tercera y “última” temporada en Estados Unidos, de acuerdo al proyecto original de Lost, según Francisco Ortega [5].

Pero el suspenso y la incertidumbre no serán los únicos factores perturbadores de Lost: la misma realidad pareciera ser cuestionada desde dentro, trascendiendo las fronteras habituales de lo que consideramos verosímil. No de otra forma pueden llegar a entenderse muchos aspectos que, de otro modo, nos parecerían por completo aberrantes y carentes de sentido, como la presencia de los osos polares o la extraña compuerta enquistada bajo la tierra firme. Las maniobras, procedimientos y aventuras que deberá llevar a cabo la comunidad creada a partir del propio accidente aéreo para sobrevivir en la propia isla son innumerables, como innumerables e insólitas son las claves, trampas y sorpresas que la isla interpondrá entre dicha comunidad y sus objetivos, los que parecieran trascender la mera supervivencia física. En efecto, Lost da la impresión de tener un pie en la realidad y otro en la ciencia ficción, uno en la vigilia y otro en el sueño [6]. A riesgo de volver a exagerar, creo que es posible sostener que en Lost podemos encontrar una especie de remozada versión posmoderna de la «surrealidad» buscada y promovida por André Breton en los apasionados manifiestos del surrealismo, aunque con propósitos diversos.

Ciertamente, es difícil creer que la actual cultura de masas sea capaz de crear un producto que, más allá de su capacidad de reproducir ad nauseam el modo de vida estadounidense o generar una suculenta tajada de millonarios beneficios, pueda alcanzar semejante nivel de complejidad y profundidad narrativa, negándose a tratar al público como si fuera imbécil, proponiéndole un interesante enigma omnímodo que pareciera mutar de un momento a otro, bajo una mirada que se ha propuesto, en apariencia al menos, tratar de ir más allá de los prejuicios con que percibimos la realidad o la existencia de los otros, aquellos otros con quienes muchas veces nos vemos obligados a interactuar, sin conocerlos… lo que es peor, sin desear conocerlos, muchas veces, por una multitud de razones. Pues bien, al igual que muchos otros colectivos reconocibles, a los hombres y mujeres de Lost no parece haberles quedado otra alternativa que romper con todas esas inercias sociales e interactuar y organizarse, puesto que ese y no otro es el modo de sobrevivir en un medio hostil, lo que constituye, a mi entender, una de las más perdurables enseñanzas de lo que, hasta ahora, he podido observar. Espero que sus creadores sepan mantener hasta el final la apuesta por el buen gusto y la civilización.

Más allá de la cercanía que la serie de Abrams, Lindelof y Liber pueda tener con algún aspecto de nuestro modo de vida, creo que Lost ha venido en cierta forma a tomar el lugar de otras memorables producciones como Sex & the city, Seinfeld o principalmente Friends, las que constituyeron un acolchado fondo de nuestra vida, durante largo tiempo, y nos dejaron con la amarga sensación de haber sido expulsados de un mundo que, del algún extraño modo, era también el nuestro, lo que constituye sin duda, uno de los mayores y más complejos méritos de uno de los más cuestionables y cuestionados medios de la industria cultural, como la televisión, pero también de una novela memorable, con la que compartimos largas horas de gozosa intimidad.

Supongo que no nos queda otra alternativa que abrir bien los ojos para no extraviarnos, para no perdernos en el absorbente microcosmos de Lost. No se trata, de ningún modo, de ser parte de una nueva religión o secta conectada por medio de Internet, ni nada semejante; por el contrario, de saber gozar críticamente con uno de los mejores proyectos televisivos del último tiempo. Espero no se me malentienda. Nunca debemos olvidar que la ideología hegemónica subyace a todos y cada uno de los mitos de hoy, con que nuestro sistema busca legitimarse y reproducirse. Y no creo que Lost sea, en ese sentido, una excepción, solo que ha sabido hacerlo de un modo mucho más elaborado, rico y estimulante para la sensibilidad y la inteligencia, algo que definitivamente se extraña en la mayor parte de los productos de una cultura que vibra con la ramplonería o el facilismo en sus métodos y manifestaciones, una cultura que se niega sistemáticamente a despegar.


Guillermo Riveros Álvarez


Apéndice crítico


Como una forma de suscitar una mayor comprensión del fenómeno Lost y una consecuente toma de distancia frente a su innegable seducción, me gustaría añadir algunas cuestiones e interrogantes que me parecen de interés a la hora de descifrar algunos resortes ideológicos sobre los que la serie pareciera asentar sus cimientos narrativos.

1. ¿Cuál es la función, el peso o sentido asignado a la violencia en Lost? Sabemos que todo cambio implica una suerte de trastorno del estado anterior, pero otra cosa muy distinta es hacer de la violencia una suerte de «catalizador» de cada uno de los aprendizajes que se llevan a cabo en la serie [7]. En efecto, una gran parte de las instancias de reconocimiento o «agniciones» se debe a un previo acto de violencia. En ese sentido, tal vez no sea ocioso recordar que el mismo Jack, representante por excelencia de la civilización, es capaz de autorizar la tortura de uno de sus compañeros con el fin de conseguir los inhaladores para Shannon, lo que no deja de ser perturbador, considerando las últimas noticias venidas desde la cárcel de Abu Grahib, Guantánamo o Líbano. Justificar o utilizar la violencia como medio para conseguir un fin superior ha llevado a nuestro mundo a toda suerte de calamidades. La violencia, sin duda, genera más violencia, por lo tanto es preciso delimitar con sumo cuidado cuáles son aquellos casos en que la violencia constituye un último camino, acabados todos los demás argumentos.

2. Respecto al mismo tema de la isla y más allá de su utilización como arquetipo narrativo relacionado con el tradicional conflicto entre naturaleza y cultura, ¿cuál es el sentido de que una «isla» o un territorio en cierta forma subdesarrollado constituya un foco de agresión? ¿Podemos reconocer en la imagen de dicha isla alguna amenaza reconocible en nuestro mundo para los Estados Unidos? Recordemos que, salvo Sayid, de origen iraquí, todos los sobrevivientes del vuelo 815 pertenecen a países que constituyen o constituyeron «aliados estratégicos» de Estados Unidos. No debemos olvidar que Washington colaboró activamente con el régimen de Sadam Hussein, a cuya Guardia Republicana pertenecía Sayid, mientras este le fue de utilidad, antes de meterse con el petróleo de Kuwait. Con extraordinaria facilidad se pasa de ser aliado a enemigo a los ojos de la Casa Blanca.

3. Mediante el recurso de adjudicar a cada uno de los miembros de la comunidad isleña una suerte de culpa anterior que debe pagar en el nuevo orden en que se encuentra, pareciera advertirse una suerte de equiparación de los diversos grados de responsabilidad en lo sucedido. Tomando la situación de Lost como una suerte de metáfora de la condición humana, ¿en verdad puede sostenerse, con justicia, que todos tenemos una misma cuota de responsabilidad respecto a los males que nos aquejan o los males que le aquejan a nuestro mundo? No solo eso, en Lost siempre se insiste en la idea de que todo acontece por alguna razón, que todo tiene una causa y una justificación [8]. ¿De verdad podemos creer que reina la justicia o alguna razón ordenadora en nuestro mundo? Y si lo hace, ¿debemos conformarnos con la suerte que nos tocó al modo en que los mismos estoicos lo enseñaban en la Antigüedad? ¿No es esta una forma de promover el conformismo, estigmatizando el ascenso social [9], entre otras cosas, como una fatalidad, al punto de sugerir una suerte de cerrado inmovilismo?

4. Lost: ¿barbarie o civilización? ¿Qué clase de convivencia se da al interior de la comunidad isleña? ¿Hay continuidad o ruptura respecto a lo que conocemos en nuestro mundo, más allá las interferencias sobrenaturales? ¿Se mantienen intactas las normas de la vida anterior de cada personaje o se produce una suerte de regresión a un estado previo a la legalidad moderna? Por lo visto, existe una extraordinaria ambigüedad respecto a esto. Por un lado, pareciera que se buscara un modo justo y bueno de interactuar con los semejantes, mientras que por otro, sin embargo, pareciera ser que verdaderamente se vacila entre este modo y la barbarie o el “salvajismo” tribal. Ilustrativa resulta, en este sentido, la afirmación que Sawyer formula al menos dos veces durante la primera temporada en cuanto a que habrían abandonado la civilización por la barbarie («the wild»), o bien, de que es «Lord of the flies time», aludiendo a la anteriormente mencionada novela de William Golding, regresión antropológica que, de cualquier modo, no parece tan sistemática como pudiera creerse… el tabú del incesto entre Shannon y Boone, por poner un solo ejemplo, se mantiene intacto por medio del manido expediente de la «no consanguinidad». La única temática que pareciera tener carta blanca para desplegarse a sus anchas es la violencia física, lo que no deja de ser perturbador, reaccionario y narrativamente carente de originalidad, aparte de sumamente cuestionable y complejo a la hora de realizar una evaluación a la luz de otros términos y otros contextos.



[1] Por cierto, todos los análisis y comentarios aquí desarrollados tienen únicamente como base la primera temporada de la serie, estrenada por la cadena ABC el 22 de septiembre de 2004, en Estados Unidos.

[2] Basada en la novela homónima de William Golding.

[3] Citado en Francisco Ortega, «Stephen King v/s Lost», en Vive!, no. 13, Santiago, julio, 2006, pp. 14-15.

[4] Cuya posible inspiración pudo encontrarse en el filósofo empirista y médico inglés John Locke (1632 – 1704), considerado uno de los padres del liberalismo moderno.

[5] Cf. Francisco Ortega, «Stephen King v/s Lost».

[6] Una buena parte de los capítulos comienza, de hecho, con un ojo que se abre, un personaje que pareciera despertar de un largo letargo o una larga ignorancia; personaje acerca del cual tratará el mismo episodio.

[7] Un mecanismo análogo puede ser advertido en la cinta Fight Club (Club de la pelea, 1999) dirigida por David Fincher y basada en una novela de Chuck Palaniuk, como también en Taxi Driver (1976) de Martin Scorsese, por mencionar solo un par.

[8] “We were brought here for a purpose, for a reason, all of us. Each one of us was brought here for a reason.” John Locke a Jack Sheppard.

[9] La serie sugiere que la famosa secuencia de números por medio de los cuales Hurley se convirtió en millonario estarían malditos. Por lo visto, hubiera sido mucho mejor que se quedara trabajando de modo permanente en una cadena de comida rápida. Al menos, hubiera sido medianamente feliz con su destino de obesidad mórbida y alienada soledad.