El hombre que dijo “prefiero tener suerte a ser bueno”,
hizo una penetrante observación acerca de la vida.
Chris Wilton en Match Point.
La crítica y el público parecen haberse reconciliado con el septuagenario Woody Allen tras el estreno de Match Point [1] (2005), su último largometraje, protagonizado por un notabilísimo Jonathan Rhys-Meyers y la inefable Scarlett Johansson en su primer rol de femme fatale. En nuestro propio país, sin ir más lejos, las expectativas de público han sido largamente superadas, al igual que en muchos otros, como el propio EE. UU. Al parecer, existe un amplio consenso en cuanto a que Match Point sería “la más consistente” cinta de Allen en muchísimo tiempo[2]. Probablemente, considerando soberanos bodrios, como el seudo musical Everyone says I love you (Todos dicen te quiero, 1996), The curse of the jade scorpion (La maldición del escorpión de jade, 2001) o Anything goes (La vida y todo lo demás, 2003), en que el director de Manhattan no trepida a la hora de ridiculizarse a sí mismo. Para mí, en cambio, su mejor última película fue Deconstructing Harry (Los secretos de Harry, 1997), una afortunada parodia de Fresas salvajes (Ingmar Bergman, 1957) mezclada con algo de la Comediadantesca,si bien creo que Celebrity (1998) y Sweet and lowdown (1999) o la misma Melinda & Melinda (2004),no lo hicieron del todo mal. De hecho, Kenneth Branagh estuvo notable gesticulando como doble del propio Allen en la primera de ellas. En lo que no puedo estar de acuerdo es en que Match Point sea una de las mayores alturas en la carrera del director estadounidense, al punto de llegar a comparársela con Crimes and misdemeanors (Crímenes y pecados, 1989), una de sus obras maestras. Por cierto que comparten una serie de rasgos, como la psicología culposa y vacilante del protagonista, la dramática forma en que ambos deciden resolver sus dilemas, la división entre rutina y pasión o el constante cuestionamiento acerca de la fortuna, la justicia y la culpa. Pero la comparación no pasa de eso. A mi juicio, la profundidad alcanzada por la cinta de 1989 no ha vuelto a ser recuperada en esta última entrega, aunque sí el oficio de mejores épocas. Como lo señala un reputado crítico en su columna, “quien quiera ver en esta obra poco menos que la segunda parte de Crímenes y pecados, corre el riesgo de sobreestimarla.”[3] En este sentido, no deja de sorprenderme que los cosméticos cambios introducidos por Allen para simular una —a mi juicio— falsa renovación, hayan resultado tan provechosos a la hora de poner tanto al público como a los críticos a sus pies, pero tampoco quisiera desconocer del todo los evidentes méritos de este drama ambientado en la capital inglesa, a diferencia de la mayor parte de las historias de Allen, temática y emotivamente ancladas a Nueva York, donde nació en 1935. Pese a lo dicho anteriormente, me parece que Match Point es una muy buena película, bien estructurada y actuada, con tensión, suspenso y algunos momentos memorables, como el encuentro entre los amantes bajo la lluvia o la ominosa reflexión final, aparte de ser un cruel y acabado retrato de la así llamada «clase ociosa»[4]. Pero creo que el mejor Woody Allen debe buscarse, definitivamente, en el pasado, por lo que este comentario es más una invitación a retrotraerse en el tiempo y acudir al videoclub o alguna retrospectiva de su prolífica obra que otra cosa, aunque definitivamente nadie se decepcionará si decide hacer "una escala en Londres". Títulos imprescindibles hay de sobra a la hora de elegir. Desde sus hilarantes inicios dadaístas con Bananas (1971), Everything you wanted to know about sex, but were afraid to ask (Todo lo que quiso saber de sexo, pero no se atrevió a preguntar, 1972), Sleeper (Dormilón, 1973), Love and death (La última noche de Boris Grushenko, 1975) hasta sus inolvidables clásicos: Annie Hall (1977), Manhattan (1979), Zelig (1983), Hannah and her sisters (Hannah y sus hermanas, 1986), Radio Days (Días de radio, 1987), la ya mencionada Crimes and misdemeanors (Crímenes y pecados, 1989) o Husbands and wives (Maridos y esposas, 1992), por mencionar únicamente mis favoritas. Después de todo, qué importa que Allen no se haya renovado. Bien sabemos que la innovación absoluta en el ámbito artístico es una quimera. Sobre todo, tratándose de la misma persona. Y que la novedad no es deseable por sí misma. Al menos para mí. Y, por otro lado, quienes amamos a un autor buscamos, indudablemente, una cierta dosis de repetición, el reencuentro con un universo que nos acoge y transporta fuera de nuestra circunstancia cotidiana, reconciliándonos con nuestro mundo o ayudándonos a verlo con otros ojos, imbuidos de una mayor profundidad y sentido crítico, en los mejores casos. En tal sentido, insisto, no me incomoda en absoluto que Allen no haya cambiado. Por el contrario, celebro que no lo haya hecho, volviendo a plantearnos los dilemas, obsesiones y personajes que lo caracterizan. Es decir, que se haya mantenido fiel a sí mismo… Aunque el artista se haya transformado en deportista y Londres reemplace a Manhattan. Lo único que importa es que Allen continúe con nosotros, escribiendo y dirigiendo buenas cintas, divirtiéndonos con sus famosas neurosis y geniales ocurrencias, haciéndonos reflexionar acerca de los abismos y milagros de nuestra existencia, o bien, suscitando nuestra simpatía por medio de un humor agudo, vivaz e inteligente y un estilo inconfundible. Aunque, de vez en cuando, tengamos que llevarnos una ruidosa decepción que nos haga creer que el viejo genio nunca volverá. Más allá de las innegables, estrepitosas caídas, nadie que se haya propuesto producir casi una película al año, como él, puede ufanarse de tantos aciertos. Y, en este sentido, no me cabe la menor duda de que tenemos Woody Allen para rato. Por fortuna.[5]
Guillermo Riveros Álvarez
[1] Una ambigua historia cruzada por la problemática del azar y la justicia acerca de un arribista instructor de tenis que decide abrirse paso en la sociedad inglesa aprovechándose de su carisma y una serie de golpes de fortuna, luego de abandonar una relativamente promisoria carrera como tenista profesional.
[3] Héctor Soto, «Escala en Londres», Capital, 181, 2 al 15 de junio de 2006, p. 115.
[4] Concepto acuñado por el economista y sociólogo estadounidense de origen noruego, Thorstein Veblen.
[5] De hecho, ya terminó una nueva cinta, Scoop (2006), nuevamente con Scarlett Johansson, y otra se encuentra en su fase de preproducción. Yo pregunto: ¿será este el inicio de una nueva edad dorada, como la que constituyó el periodo «Keaton» o una mera golondrina solitaria? El tiempo dirá, sin duda, la última palabra. Como siempre.