30 de marzo de 2005

Closer. Dirección: Mike Nichols. Guión: Patrick Marber. 2004, EE. UU.



Londres. Dos figuras se destacan de la anónima muchedumbre y cruzan miradas, aproximando sus vidas sin saberlo, mientras la hermosa balada «The blower’s daughter», de Damien Rice sumerge toda la secuencia en una suerte de niebla demorada y flotante. Él es Dan (Jude Law), un aspirante de escritor atrapado en “la Siberia del periodismo”, la sección de los obituarios. Ella, Alice (Natalie Portman), una stripper neoyorquina en busca de una nueva oportunidad que, como tantos turistas, confunde el sentido del tráfico al cruzar la calle. El accidente, sin embargo, ha sido menor y ventajoso para ambos ya que se han vuelto novios y Dan ha logrado terminar su primera novela, inspirada en la vida de Alice. Ahora Dan necesita ser retratado para la solapa de su libro. De este modo, llega hasta Anna (Julia Roberts), una fotógrafa obsesionada con el rostro humano, a punto de exhibir. Un beso culpable, una novia puntual y suspicaz, un nuevo retrato para la colección de Anna. Fundido en negro, noche, hospital. Como tantos otros hombres de su tiempo, el doctor Larry (Clive Owen) aprovecha sus tiempos muertos para chatear. El tema, como la mayor parte de las veces, es el sexo. El sexo sin rostro entre personas que se desconocen y pueden, por tanto, mentir a sus anchas y citarse a ciegas en los acuarios, uno de los lugares predilectos de Anna, donde ésta acude cotidianamente sin imaginar el riesgo de ser confundida con una ninfómana imaginaria, o bien, la posibilidad de volver a casarse. Larry, por supuesto, no entiende nada, ya que la supuesta Anna con que cree haberse citado parece incapaz de reconocerlo. Pero Cupido tiene modos misteriosos. Así, más o menos, es que se abre Closer, el último film de Mike Nichols[1], inspirado en la obra de teatro homónima de Patrick Marber.

Estrenada con gran éxito en un teatro de Londres durante 1997 y más tarde en Chile (2001), aunque con escasa repercusión por parte de crítica y público, Closer: llevados por el deseo[2] constituye una penetrante “observación del carnaval humano”, que se vale de cuatro personajes para desplegar una suerte de refinado ajedrez sentimental, lleno de trampas, ambigüedades e intertextualidades[3], en donde la verdad y la mentira se entremezclan y tergiversan continuamente, con extraña naturalidad, imposibilitándonos para decidirnos por una u otra posición, o bien, para identificarnos con una sola de ellas, debido a que, como en todos los buenos dramas, todos parecen tener una cuota de razón, aunque al mismo tiempo también, estar equivocados y pisar en falso para volver a comenzar.

No obstante, a diferencia de las comedias románticas convencionales tan del gusto de la Roberts[4], en Closer no existe ninguna certidumbre o, por lo menos, ninguna certidumbre definitiva en cuanto a relaciones humanas. Ningún idealismo reconocible a simple vista. Menos aún en las relaciones basadas o sostenidas fuertemente en la atracción sexual surgida de un efímero encuentro fortuito. De hecho, una especie de darwinismo sexual en que los más fuertes, los mejor equipados con las armas de este mundo —la mentira, sobre todo, pero también el dinero—, tienden a prevalecer sobre los demás, sin importar las consecuencias, es sugerido. Las parejas se atraen y se repelen, para volver a unirse y separarse, en un interminable flujo. Irresponsablemente, si se quiere. Y no tienen ningún empacho en recurrir a las más retorcidas artimañas y chantajes con el fin de obtener lo que quieren; sobre todo Larry, el gran manipulador de la historia.

El motor de las acciones es, básica aunque no únicamente, el deseo, esa oscura e irresistible gravedad que arrastra a los hombres. Una mirada, una palabra o un simple gesto bastan, entonces, para comenzar y/o terminar una relación. De un momento a otro se ama y al siguiente se deja de hacerlo por un mero cambio de humor o un salto al vacío. La película nos habla de ellos al punto de formar parte de su misma factura. En efecto, Closer se encuentra plagada de elipsis. Saltos temporales, cosas nunca dichas o a medio decir. Con más de alguna buena razón, se la ha llamado “una historia de amor en la era de la falta de compromiso”. Y del cortoplacismo, agregaría yo. Las palabras son instrumentalizadas, transformadas en peligrosas armas de agudo filo o seductores anzuelos, nunca respetadas. Una extraña regresión a conductas, sin duda, infantiles y narcisistas se manifiesta, tal y como se lo enrostra Anna a Dan, a la hora de enfrentar sus ruegos de volverla a ver: “¿Qué edad tienes? ¿Doce?”. Conductas de fulminante aunque efímero romanticismo. Fuegos fatuos.

Pero no es solo el deseo lo que mueve al cuarteto londinense. También la venganza, la vanidad, el ansia de poder, la crueldad y, por cierto, la mentira, que más de una sorpresa nos deparará en el curso de la cinta. Es por una mentira que Larry conoce a Anna en un acuario. Y una mentira será lo que vivirán como matrimonio, al menos durante un tiempo. Sus mismos trabajos parecieran reafirmarlo: Alice ha ganado confianza en sí misma merced a su trabajo como stripper, un oficio hecho de engaños: “Mentir es una de las cosas más divertidas que una chica puede hacer sin quitarse la ropa. Pero si se la quita es más divertido aún”. Dan quiere ser escritor, pero se muestra incapaz de liberarse de sus pesadas cadenas de obituarista. Anna se dedica a fotografiar a seres que permanecerán para siempre clausurados y desconocidos, dotando a la soledad y la tristeza de un falso glamour para el deleite y consumo de otros extraños que alternarán su horario de visita en la galería, permitiéndose un poco de sensibilidad de acuerdo a horarios prefijados, mientras Larry ha escogido especializarse en una disciplina aparentemente superficial como la dermatología, contradiciendo de esta forma su verdadera vocación de explorador de profundidades. “La mentira”, como lúcidamente lo reconoce Dan, “es la divisa del mundo”. Todos la practican, una y otra vez. Como si no hubiera modo de escapar de ella. Como si no hubiera una forma de vivir una experiencia verdadera como la del amor de modo perdurable. Después de todo, muchas veces la mentira es menos riesgosa que la verdad. Y se trata, en gran parte, de sobrevivir en una época carente de utopías y esperanza. Una época de fuegos artificiales.

En todos estos aspectos, precisamente, es que creo residen las mayores fortalezas de la sofisticada y cáustica Closer. Su capacidad para escudriñar en la compleja trama del deseo y los intrincados intersticios de las relaciones humanas. La factura sobria y decididamente anclada en lo teatral. Cuatro extraordinarios personajes capaces de asombrarnos por su mismo parecido con nosotros: seres llenos de anhelos y frustradas esperanzas, logros y retrocesos. Personajes sostenidos, por cierto, en cuatro descollantes actuaciones que saben otorgar una adecuada dosis de fuerza y sentido a cada palabra, cada silencio pero, sobre todo, a cada mentira por medio de la cual logramos acceder paradójicamente a una nueva forma de la verdad o, al menos, la posibilidad de algún íntimo aprendizaje. Nuestro es el privilegio de ser testigos de sus miserias, pero también de sus resplandores. Nuestra también la capacidad de estar un poco más cerca de lo que somos frente a lo que creemos ser.

Guillermo Riveros Álvarez


[1] Responsable, entre otras, de la devastadora Who´s afraid of Virginia Woolf? (¿Quién le teme a Virginia Woolf?, 1966), protagonizada por unos extraordinarios Elizabeth Taylor y Richard Burton; la aclamada comedia romántica The graduate (El graduado), con Dustin Hoffman y Anne Bancroft, de 1967; Working Girl (Secretaria Ejecutiva), con Melanie Griffith, Harrison Ford y Sigourney Weaver, de 1988, y la galardonada serie Angels in America (2003), protagonizada por Al Pacino y Emma Thompson, entre otros grandes actores.

[2] De acuerdo a la denominación que se ha escogido para nuestro país.

[3] La utilización de algunos números de la ópera Cosí fan tute de Mozart, en donde se especula acerca de la importancia del amor y la fidelidad de las mujeres constituye, de hecho, un claro ejemplo.

[4] Pretty Woman (1990), Nothing Hill (1999) o The Mexican (2001), por solo mencionar algunas.