Nueva York es mucho más que un impresionante depósito de bares de moda, restaurantes de lujo o abadías transformadas en discoteca. Bien lo saben quienes se han atrevido a romper con el círculo vicioso de los recorridos habituales por la calle 34, buscando algo distinto a una buena liquidación o, sencillamente, dejándose arrastrar por el sortilegio de una ciudad abrumadora y pletórica de inesperados hallazgos, como la librería Strand.
Inaugurada en 1927 en la bohemia e intelectual Cuarta Avenida por Benjamin Bass en honor a la calle de los editores y una famosa revista literaria de Londres, y trasladada a fines de los cincuenta por su hijo Fred a su nueva ubicación en la esquina de Broadway con la calle 12, Strand ha perdurado hasta nuestros días como un próspero e independiente negocio familiar, administrado actualmente por Nancy, nieta del fundador, quien ha sabido imprimirle a Strand un nuevo sello… si se quiere, más comercial, abriéndola a nuevos e insospechados servicios, como inaugurar un café o arrendar o vender libros por pie, además de publicitarse por medio de una serie de inesperados artículos de merchadising como camisetas, agendas y bolsos, por mencionar solo algunos.
Yo mismo tuve la suerte de encontrar el dato por casualidad mientras me deleitaba con la fascinante autobiografía del historiador Eric Hobsbawm [1], y actualmente soy incapaz de resistir la tentación de pasearme entre sus atiborrados anaqueles cada vez que puedo para escudriñar algún ejemplar difícil de hallar en castellano, alguna joyita rebajada o, sencillamente, matar el tiempo en un lugar donde todo es o remite a cultura universal. No por nada su eslogan sostiene, orgullosamente, que el recinto cuenta con 8 millas de libros (12.88 kilómetros, aproximadamente)... Eso, supongo, sin contar con la enorme ampliación que ha experimentado el edificio por estos días, concitando incluso la atención de directores de cine como Adrian Lyne, quien la usó como locación en una de las ardientes escenas de Infidelidad (2002), o la de celebérrimos personajes como Tom Cruise o Ralph Lauren, aunque por motivos bastante menos nobles que los ya invocados [2].
Arte, historia, ciencia, literatura, religión y muchas otras categorías se congregan en este asombroso lugar para estimular nuestra sensibilidad e imaginación, a precios extraordinariamente accesibles y en algunos casos, prácticamente increíbles. Y todo parece indicar que el negocio seguirá creciendo y manteniéndose rentable mientras nosotros continuemos buscando el placer genuino del conocimiento entre las páginas de algún libro que continúa esperando que el genio de un inesperado lector reavive la vida latente en cada una de sus páginas. Tengo la completa seguridad de que todos los amantes de las librerías de segunda mano que aún no han tenido la oportunidad de abrirse paso a través de sus pesadas puertas de entrada, sabrán agradecer esta invitación.
Más información en: www.strandbooks.com
Guillermo Riveros Álvarez