29 de julio de 2004

Residencia en la tierra. Poemas de Pablo Neruda.


No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos,
aterido, muriéndome de pena.
«Walking around».

Era de esperar que en el centenario del nacimiento de nuestro segundo Nobel de Literatura se abatiera sobre nosotros una verdadera avalancha de actos, homenajes, y conmemoraciones de todo tipo para celebrarlo. Neftalí Ricardo Eliecer Reyes Basoalto, más conocido por su seudónimo de Pablo Neruda, de hecho, lo merece; sobradamente.
Lo que a todas luces no merece es que se utilice su imagen de un modo frívolo y comercial, transformando su figura en una moneda inocua, descafeinada, mera excusa para todo tipo de manipulaciones, destacando únicamente su faceta de “poeta del amor” (aunque lo sea, y muy bueno) o la de “poeta de las cosas”, desvirtuando de este modo otras cualidades o aspectos menos conocidos, como el de su compromiso con la clase trabajadora o bien, con lo más importante a la hora de juzgar a un creador en tanto tal: su obra misma. En consonancia con esto es que quiero aprovechar estas fechas para invitarlos a redescubrir a Neruda, con ojos y oídos nuevos, partiendo por una de las obras menos leídas o difundidas entre el público general y, a mi juicio, más conmovedoras de su prolífica producción: Residencia en la tierra.
Razones para esta suerte de olvido hay varias, como, por ejemplo, la palpable dificultad de una buena parte de los textos, motivados a un tiempo por un ansia vanguardista y formal y un hondo sentimiento; sobre todo, en el caso de los pertenecientes a las dos primeras Residencias, escritos durante “la época más dolorosa de mi poesía” y “la más solitaria de mi vida”, aunque también “la más luminosa, como si un relámpago de fulgor extraordinario se hubiera detenido en mi ventana para iluminar mi destino por dentro y por fuera” .
Por otra parte, es necesario aclarar que Residencia en la tierra no es solo un libro, sino tres, publicados respectivamente en 1933, 1935 y 1947. Los poemas incluidos en estos, a su vez, fueron escritos entre 1925 y 1945, es decir, durante un considerable periodo de tiempo en que Neruda fue acumulando multitud de experiencias vitales, como su papel consular en el lejano Oriente y más tarde en España, en plena guerra civil —donde, por cierto, tomó partido por la República—, una seguidilla de premios, amplio reconocimiento internacional, un precoz matrimonio fracasado al poco tiempo y la muerte de su única hija, Malva Marina, que fueron formando al artista y al hombre, con sus luces y sombras. A nosotros nos queda su testimonio y su palabra, y la invitación a aventurarnos entre los vastos pliegues de uno de nuestros mayores creadores.
Está ahí, pero es necesario salir a su encuentro.
Más allá de las máscaras.

Guillermo Riveros Álvarez