Alejandro Jodorowsky es uno de los hombres más fascinantes que haya dado nuestro país al mundo, un verdadero iluminado capaz de emocionarnos como solo los genios pueden hacerlo. Lo sostengo firme y responsablemente. Poeta, novelista, tarotista, titiritero, mimo, actor, cineasta, psicomago, este chileno descendiente de judíos ucranianos nacido en Tocopilla en 1929 puede darse el lujo de afirmar con precisión que, al menos en el ámbito del arte y la interpretación, las ha hecho todas, y que en todas ha conseguido una sobresaliente maestría. Su extraordinaria autobiografía: La danza de la realidad, no es más que una delirante confirmación de aquello: una historia tan absorbente como la mejor novela, pletórica de aventuras y personajes extraordinarios, ángeles y demonios. Su maltratada infancia en el norte, resulta especialmente conmovedora, debido a la pormenorizada crudeza y honestidad con que Jodorowsky revela los detalles de sus padecimientos y carencias. Como un obstáculo infranqueable a su proyecto destaca desde un comienzo Jaime, su padre, empecinado en una pedagogía de la crueldad, mientras su madre encorseta sus propios bríos y Raquel, su hermana, se desmorona por el derrotero de la poesía y la soledad. El mundo es cruel, concluye Alejandro, pero también existe el milagro. Hay que acabar con la maldición genealógica y buscar el propio destino, libres de atávicas ataduras. Llegará la poesía, el amor, el teatro, los viajes y las almas afines irán sembrando sus semillas. Con la ayuda de Stella Díaz, Enrique Lihn y muchísimos otros promoverá el desafío contra una sociedad que lo segrega doblemente, por ser artista y judío. Del teatro y el circo rescatará la expresión de todas las emociones y la importancia del símbolo para la vida y la salud. Del surrealismo, la integración de los planos antagónicos de la realidad, la conciliación de los opuestos. Un viaje extraordinario al alma de un hombre extraordinario. Un relato alucinante.
Guillermo Riveros Álvarez